Basta googlear “Plaza Santo Domingo” para reconocer una inquebrantable relación de este lugar con lo ilícito. Actualmente los trabajadores que ahí operan son “reconocidos” como capaces de falsificar cualquier documento. Si analizamos el trabajo de los escribanos desde sus orígenes ¿es posible pensar que siempre ha sido el de falsear realidades? Quizá escribir a nombre de otro y firmar cartas con un nombre ajeno sea hacer eso mismo. Jugar como un personaje que construye una ficción a partir de una historia que no le pertenece, con sentimientos y datos que toma prestados, para articular la solicitud de un cliente.

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Foto: ©Julio Llorente

Como parte de una investigación en torno al amor, de octubre a diciembre del 2015, la artista Frida Robles alquiló un escritorio en el Portal 2 de la Plaza de Santo Domingo. A partir de las 4 de la tarde y hasta las 7 de la noche ofreció el servicio de escribir cartas de amor gratis. Una actividad que hoy parece anacrónica pero que intentó recuperar otra época de la plaza. Un tiempo en el que los escribanos, lejos de ser capturistas de datos o especialistas en igualar documentos, eran una parte primordial de la comunicación de un mensaje entre analfabetas o tímidos. Al ofrecer este servicio, Robles buscaba encontrar las formas en las que el amor se enuncia y cómo se significa el discurso amoroso en la actualidad.

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Planeé un encuentro con ella un lunes por la tarde, el punto de encuentro fue el mismo Portal 2 de la plaza. Ahí estaba su antiguo escritorio vacío. Un espacio que le rentaba el Señor Edith por $500 pesos mensuales, él era conocido como el poeta de los portales, falleció el año pasado. Durante los meses que Frida estuvo ahí con su máquina mecánica, tuvo días en los que nadie se acercó a solicitar sus servicios o en los que sólo se acercaban los incrédulos, pero también días prolíficos.

Su modus operandi: sentarse con la persona, hablar por un rato sobre a quién iba dirigida la carta y cuál era el motivo de la misma. Después de tomar algunas notas se tomaba unos 15 minutos para redactar mientras el cliente daba un paseo, luego entregaba y se despedía sin saber qué pasaría con sus líneas. Entre las experiencias que relata, destaca el haber escrito una carta donde uno de los impresores de Santo Domingo invitaba a salir a una mujer de la misma plaza. La mujer recibió la carta y surtió efecto: poco después se hicieron novios. Frida, su interpretación y sus mensajes, unieron a dos justo frente a sus ojos. A pesar de ofrecer el servicio exclusivo de escribir cartas de amor, la mayoría de las cartas que redactó fueron familiares, notas de agradecimiento, disculpas o palabras para alguien muerto. Quizá su hallazgo fue el de encontrar otras formas de amor en las palabras.

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El área de Santo Domingo plantea dilemas morales ya en sus orígenes, desde la presencia dominica, la cercanía del edificio que albergó el Palacio de la Inquisición durante el siglo XVIII, los fusilamientos del siglo XIX, hasta las actuales prácticas al margen de la ley. Todo esto trastocado por los ánimos festivos; la impresión de invitaciones para bodas, bautizos o los conciertos en la explanada cercana. Quizá es esa coexistencia de ideologías, fantasmas, personajes y sensaciones la que hace a la Plaza de Santo Domingo el escenario ideal para que sucedan y se cuenten historias de amor.

*Un agradecimiento a Ali Cotero del Centro Cultural del Bosque por gestionar el contacto con la artista.