En una calle apacible de Polanco, donde la tarde cae con suavidad y los árboles filtran la luz como si cuidaran los secretos de quienes pasan, se esconde Somma, un wine bar que parece creado para eso que pocas veces sucede en esta ciudad: detenerse y contemplar lo que sucede a nuestro alrededor. Aquí el tiempo se estira como la sombra de una copa sobre la mesa, y todo —la luz, las palabras, el vino— se vuelve más claro. Aunque Somma no es de reciente apertura, sobre todo porque su sucursal de la Juárez es ya conocida gracias a esa ventanita por la que pasan las copas de vino solicitadas, es cierto que hoy en día se ha vuelto uno de los lugares por excelencia para pasarla bien.
El Somma de Polanco, que tiene el mismo entusiasmo del sommelier Pablo Mata, es un espacio íntimo para quienes disfrutan la conversación en medio de una buena selección musical. Las sillas de madera clara, las paredes con vinilos y libros, como si se tratara de una extensión más de nuestro hogar, parecen decir lo mismo que los vinos que se sirven: esto es lo que hay, y eso basta.
No hay etiquetas que desfilen para impresionar, sino una selección cambiante y viva de vinos naturales y clásicos, todos elegidos con la misma lógica con la que se elige a una amiga para confiarle algo importante: porque tienen alma, porque fermentaron a su tiempo, porque son capaces de acompañar sin interrumpir. Porque quedan bien con nuestra personalidad. Hoy tienen más de 140 etiquetas de las que puedes elegir una, dos o siete.
En este lugar, hay que decirlo, la comida no es protagonista. La carta apenas ofrece platillos cantinescos españoles (por ejemplo, croquetas de jamón serrano, jamón ibérico, pimientos de padrón, queso fundido, filetes de carne o pescado), y es que no importe lo que comemos sino que aquí todo está hecho para compartir, para que tenga sentido alrededor del vino y no al revés. Por eso, la recomendación es estar preparada para picar solo algunas cosas, compartir el pan tomate o las tortillas de harina.
Beber aquí es algo más que beber. Las copas se llenan como si se ofreciera un secreto. Hay tintos turbios como un recuerdo a medio resolver, blancos que huelen a campo recién regado, naranjos que se sienten como una conversación honesta después de muchos meses de silencio. Cada vino tiene su forma de hablar, y una aprende a escucharlo de a poco, entre risas, entre pausas, entre confidencias. Yo probé un tinto con el que aún sueño.
Somma está pensado para que dos, tres, cuatro amigas se junten con la sola intención de ponerse al día, ese momento en el que nada ni nadie es más importante que nuestro momento juntas. Para que las conversaciones se deslicen como el vino por la garganta: sin esfuerzo, con placer, con esa sensación de que lo que se dice tiene un peso específico. Hay algo en ese lugar que afloja la lengua, que vuelve ligera la memoria, que permite recordar sin dolor y soñar sin miedo.
En una ciudad donde casi todo nos está exigiendo atención fugaz, Somma invita a hundirse un poco, a permanecer en el beat del DJ. A quedarse más de lo previsto. A llenar otra copa, a volver a empezar una historia que ya se había contado. A dejar que el vino decante también las emociones, y que lo que sobra se quede en el fondo, mientras lo esencial sube y se bebe.
Una sale de Somma más ligera, más clara, como si algo se hubiera acomodado por dentro. Como si el vino, las amigas y esa calle de Polanco hubieran conspirado para hacernos sentir, por un rato, que no hay prisa.
@somma.winebar
📍Río Lerma 159, Cuauhtémoc
📍Virgilio 8, Polanco