Ya no eres niño. Ahora trabajas, te haces cargo de los gastos de la casa, compras tu ropa y tienes miles de cosas en la cabeza que te impiden centrarte en lo realmente importante pero: ¿qué es lo importante?

Recuerda cuando eras niño, cuando disfrutar el momento era lo mejor y lo único; cuando el futuro era una montaña lejana en el paisaje de tu vida. Entrégate a esos sabores que marcaron tu infancia; que el capricho del niño sea la confort food del adulto que eres hoy; que la pizza de convivio del día del niño sea el munchies dominical del profesionista.

Aprovecha que tienes dinero y prueba algunos platillos que surgieron de la comida chatarra para convertirse en joyas culinarias y decide: ¿cómo me voy a consentir hoy?

1. Con una hamburguesa de Johnny Rockets

comida chatarra

Cuando eres niño tus gustos son más simples. No buscas ingredientes refinados o platillos rebuscados; quieres una hamburguesa y la quieres ahora, ¿para qué complicarse la vida?

Sin embargo, encontrar una buena hamburguesa puede ser complicado pues existen cientos de opciones que se pueden agrupar en cuatro grandes grupos: las de empresas transnacionales, las de carrito callejero al carbón, las gourmet y las de Johnny Rockets.

Todas son buenas, y con hambre de munchies más, pero las hamburguesas de Johnny Rockets brillan por ser las más apegadas a lo que una hamburguesa debe ser. Nada de portobellos ni queso azul.

La recomendación, en concreto, es la Bacon Cheddar: una generosa porción de carne de res asada a la plancha hasta el punto justo –ese donde la carne está cocida pero tiene ese color rosado­­­­­– cubierto con queso cheddar que se desparrama por los costados y para terminar un par de rebanadas de crujiente, sexy y grasoso tocino chisporroteante. Si prefieres morir joven –pero con una tremenda sonrisa en la cara– la versión doble es la mejor opción.

Deja que la salsa cátsup escurra de tu hamburguesa y acompáñala con una orden de papas, que comer con las manos es cosa de niños. Regordetes, pero niños al fin.

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2. Con papas y pizza de Shakey’s

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La nostalgia se saborea. Existen platillos que nos remontan a la infancia, esa etapa de la vida en que todo era disfrute y hedonismo inocente, justo como la pizza. Ahora existen muchas opciones para disfrutar del platillo campeón de las entregas a domicilio, pero desde hace algunas décadas la mejor opción, por mucho, es Shakey’s Pizza.

Pizzas calientes, preparadas al momento, con combinaciones de especialidad como la hawaiana, la marinera o la de carnes frías acompañadas con queso, jarras de refresco –o cerveza, para los adultos– y los arcade que te recordarán las primeras frustraciones de la vida –cuando no podías ganarle al vaguito de la colonia.

A veces pueden pasar años y años y las cosas no cambian –y no es alusión a ciertas situaciones políticas– y así debería ser con algunas cosas. La joya de la corona de este regreso triunfal de Shakey’s Pizza son las papas mojo: horneadas, fritas y cubiertas con esa delgada capa de harina, huevo y cerveza color dorado que te hace salivar y escribir sobre ellas sin signos de puntuación y que al mismo tiempo te llevan al pasado a ese sillón rojo de vinipiel en ese local oscuro sorbiendo refresco de ese vaso plástico rallado de tantas lavadas y disfrutando una tremenda rebanada de pizza.
Todo sea por una orden de nostalgia y una jarra de saudade para bajar el bocado.

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3. Voy por un Mac & Cheese (a Ummo)

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Estamos ante un clásico de familia trabajadora –si ambos padres trabajaban cuando eras pequeño–, el confort food por excelencia: los siempre amados macarrones con queso.

Ummo, ese pequeño local en las entrañas del Mercado Roma, logra algo sorprendente: elevar el sencillo mac and cheese de la infancia –el de cajita azul y queso plástico– a una verdadera obra dedicada al niño gordo que todos llevamos dentro.

Sirven una porción bastante generosa –como para dos personas o una con muy buen diente– de macarrones bañados con una salsa de quesos espesa y cremosa a la que le agregan chispas mágicas –trocitos de tocino ahumado– que le dan el elemento crunchie sorpresa. El toque magistral se lo otorga el aceite de trufa que infunde ese aroma particular que te hace salivar como si no hubieras comido nunca.
Tan reconfortante como acostarse después de cambiar las sábanas de la cama.

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4. Con un culposo pastel de chocolate y chabacano de Maque, por supuesto

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Pocas escenas del cine quedaron tan arraigadas en la mente de los niños de hace 20 años como aquella en la que Bruce Bolaños –compañero de Matilda– es forzado a comer un enorme pastel de chocolate. Si después de recordar esa escena no se te antoja comer a mordidas un pastel enorme de chocolate, con esa radiante cobertura, es posible que estés muerto por dentro.

Si estás más vivo que nunca y quieres cumplir una de las fantasías de la infancia, ve a Maque y compra su pastel de chocolate y chabacano. Ábrelo en casa y entrégate a ese pan compacto y oscuro con entrecapas de jalea. Aspira antes de cada bocado para encontrar ese delicado sabor a mantequilla, ahora siente su textura y la forma en que se pega en tu boca. Esto es porno, del bueno, del más sucio y del que hablaría Freud.

Si el chocolate no es lo tuyo –por increíble que parezca hay personas a las que no les gusta “tanto”– también tienen esas conchitas que revientan la cabeza o pan danés tan rico y azucarado que te sentirás culpable.
¡Bruce! ¡Bruce! ¡Bruce!