La Casa de los Lechoncitos
30 de agosto 2018
Por: Andrea Cinta

La Casa de los Lechoncitos al Horno: un taco perfecto

La Casa de los Lechoncitos al Horno, en la Narvarte, tiene la mejor versión del antojo de un taco perfecto: de lechón servido con chicharrones.

La comida sin horario es la mejor de todas. Se pide sin culpa a las doce o a las ocho y más que comida es la siguiente categoría perfecta: un antojo. El más esencial de los antojos es el taco (uno solo que a veces se convierte en tres). Tacos hay muchos, buenos algunos y buenísimos pocos. La Casa de los Lechoncitos al Horno, en la Narvarte, tiene la mejor versión del antojo de un taco perfecto. Buenísimo.

La Casa de los Lechoncitos es un lugar azul y blanco; poquitas mesas y dos salsas: la verde y la roja. Los tacos llegan en tortillas miniatura con trozos de lechón perfecto, y si son campechanos, con chicharrón. El menú es escueto, cortito. Tortas y tacos campechanos o normales, de lechón. Tostadas de carne y frijoles de olla. Todo servido con su respectivo platito de chicharrón y limones. Para tomar hay boing o coca en vidrio, como debe ser.

Para cuatro personas tienen la cazuela, que por $275 lleva la maciza de lechón al horno con tortillas, salsas, tostadas, frijoles y chicharrón.

Don Armando López, dueño de los tacos de lechón más buenos de la Narvarte, nació en Amatepec, Estado de México. A la Casa de los Lechoncitos fue por primera vez hace 53 años, en el mismo año que empezaba el negocio; recién llegaba a la ciudad, sin trabajo y cuatro hijos. Un pariente, que vigilaba el edificio frente al nuevo localito de lechón, lo recomendó con el dueño.

De él aprendió el lechón al horno. El mechado (picar el lechón), el adobo que le untan (una mezcla de chile ancho, huajillo y especias) antes de meterlo al horno y en donde se queda tres horas y media o cuatro.

Después de 13 años trabajando, el dueño de La Casa de los Lechoncitos decidió cerrar. Armando le propuso comprar el negocio y le fue pagando de a poquito, hasta cubrir la deuda. Finalmente ahora el lugar es de su familia: al frente están él y su hijo.

Los clientes son los de siempre –53 años alcanzan para tres generaciones– y algunos nuevos. Esos llegan muchas veces caminando, se asoman a la vitrina de un lugar pequeño con sus pocas mesas azules, sillas azules y paredes de baldosa blanca. Al fondo está colgado un cuadro que es para el dueño el manifiesto: “el juego de las apariencias”. Dice: “usted puede realmente exclamar con entusiasmo ¡aquí en Lechoncitos al Horno sí son lechones hijos de cerdos gordos y sanos!”

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