mercado del chopo
7 de noviembre 2017
Por: Patricia

El apapacho del Punk – Una visita al Mercado del Chopo

Aquí está el encuentro del apapacho que tanto buscamos: en venir al chopo por 36 años y seguirte encontrando con los mismos camaradas de toda la vida.

-¡Chécale, carnal!

-¡Chécale, carnal!

-¡Chécale, carnal! –exclama otro vendedor.

Esta invitación es el “¡Pásele, güerito!” de este tianguis cultural al norte de la Ciudad de México. La mejor manera  de llegar al Chopo es bajando en la estación de Metrobús Buenavista (por logística mexicana, la estación El Chopo está más lejos del Chopo que Buenavista).

Ropa, LPs, CDs, libros, películas, artesanías, cuero y patinetas son las principales ofertas del mercado. En cada puesto, sin importar qué vendan, los locatarios ponen su propia selección musical. Una caminata por el mercado es un collage musical de ska, todo subgénero del metal, high energy, DJs en vivo, punk rock, hard rock (así se le llama al erróneamente denominado “classic rock”), dub, hasta reggae. El afán de poner música hasta en el puesto de refrescos parece una batalla por atraer a la clientela, esto lo comprueba un locatario exclamando: “¡A ti que te gusta el rock ‘n roll, acércate amigo!”

Entrando al tianguis se encuentra una pancarta advirtiendo contra el consumo de drogas y alcohol dentro del mercado. Desde 100 metros atrás, el aroma predominante es el de la mariguana. Hay un DJ tocando un live set de high energy punketo a la entrada del mercado. Un autor auto-publicado vende sus libros de culto acerca de vampiros y el movimiento punk.

Bajo la pancarta anti-drogas un tipo entrega una gaceta marxista titulada “Machetearte” y pide donaciones. La portada de la gaceta cita a EPN y su nueva frase célebre: “Joder a México”. El contenido incluye un ensayo acerca del feminismo y el marxismo, una crítica a las telecomunicaciones mexicanas y una crítica a la Asamblea “Prostituyente” de la Ciudad de México.

Los muros del mercado están decorados con obras únicas de arte urbano y pancartas de futuros conciertos. Hay un viejo tocando blues en su guitarra dentro de un puesto de cinturones, muñequeras y accesorios de cuero. Al otro lado está un puesto de tangas con logotipos de bandas, enseguida el puesto de artefactos sadomasoquistas, y al fondo de algunos locales hacen tatuajes que dudosamente cumplen con los requerimientos mínimos de salubridad, ¿pero de qué se trata el rock ‘n roll si no es de romper por lo menos con los estándares de salubridad?

Al final del mercado encuentras la verdadera razón de todo este circo: sobre una explanada se reúnen viejos conocidos a hablar de música e intercambiar discos. Todo se trata de una identidad, todas estas tribus urbanas se reúnen aquí sábado con sábado para encontrarse consigo mismos. Tal vez todo este discurso punk de odio al sistema viene de una profunda necesidad de pertenencia y un resentimiento hacia un sistema que margina a todo aquel que no desee servir a una industria y seguir una pauta preestablecida.

Aquí está el encuentro del apapacho que tanto buscamos; en un slam de ska, en un punketo veterano ofreciéndote una piedra, en el intercambio de un LP por otro, en los sonidos guturales de una rola de black metal, en venir al chopo por 36 años y seguirte encontrando con los mismos camaradas de toda la vida. El odio al sistema no te invita a ir a la reunión los que te buleaban en la prepa, o a casarte y vivir en los suburbios; pero sí a encontrar pertenencia entre los otros marginados del Mercado Cultural Chopo.

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