elena poniatowska
28 de marzo 2018
Por: Carolina Peralta

El DF que extrañamos: Elena Poniatowska recuerda una ciudad chaparrita

Hace algunos años, once capitalinos (antes defeños) célebres –nacidos aquí o adoptados con cariño y méritos– nos respondieron una misma pregunta: ¿qué recuerdas con más cariño de la ciudad de México que ya no existe?

El DF que extrañamos es una serie de textos publicados originalmente en dF con Historia (2010), de la colección Guías dF por Travesías, que ahora es Local.mx. En la serie 11 escritores capitalinos –nacidos aquí o adoptados con cariño y méritos– nos respondieron una misma pregunta: ¿Qué recuerdas con más cariño de la ciudad de México que ya no existe? 

Elena Poniatowska recuerda una ciudad chaparrita, color tezontle, el Cinelandia, bancas, las reuniones en casa de Buñuel y todas las calles en que vivió.

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Me acuerdo de San Juan de Letrán, antes de que fuera Lázaro Cárdenas. Ahí había un cine que quise muchísimo. Se llamaba Cinelandia. Yo estudiaba taquimecanografía en San Juan de Letrán. Y a veces, en vez de ir a la taquimecanografía, iba a sentarme yo solita al Cinelandia. Tenía como 18, 19 años. Hasta que ya no pude ir porque se me vinieron a sentar ahí unos cuates. Las güeras tenían muchísimo pegue. En esa época tenían más pegue. Yo creo que no había tintes de pelo. Aquella ciudad era preciosa, muy accesible, muy cálida. Era chiquita, chaparrita. Era color de tezontle, así como achocolatada. No había ninguno de esos horribles edificios de departamentos que hay ahora. Cada quien tenía su casa en los años cuarenta, cuando yo llegué a México —mi hermana Kitzia y yo llegamos en 1943— y no sabía ni jota de español. No entendía nada de lo que decían.

Eran muy bonitos los personajes populares: el camotero, el cilindrero. El camotero tenía como una pequeña locomotora que hacía un sonido como de huérfano. Como un lamento. A mí me daba miedo. Y pasaba casi todos los días. Y todos los días pasaban los aboneros. Vendía vestidos, suéteres y delantales. Llevaban sus vestidos de popelina y sus suéteres de cocolitos muy bonitos. Vendían de puerta en puerta sus cosas. Eso era padrísimo: sus estilos. Como abonero nada más le dabas 20 pesos, 10 pesos o cinco pesos. Luego regresaba la semana siguiente y le dabas otros cinco. Yo tomaba mucho el tranvía Mariscal Sucre y el Colonia del Valle-Coyoacán. El Mariscral Sucre era verde y el Colonia del Valle-Coyoacán era rojo. Eso cuando vivimos en La Morena, aunque antes vivimos en Guadiana, y antes en Berlín 6 al lado de Nemesio García Naranjo: un viejito que escribía en el Siempre! y que llevaba siempre una boina vasca. Mi hermana y yo oíamos el radio acostadas cada una en su cama. Si nos portábamos mal, nos castigaban, y no podíamos oír al Monje Loco. Oía a la Vitola y al Monje Loco. Vitola cantaba el “Chiribiribín”. Me fascinaba oírla cantar en el radio. Era genial. El Monje Loco pasaba como a las siete, ocho de la noche, antes de dormir. Y en el radio de entonces sonaba esa canción: “Estaban los tomatitos muy contentitos cuando vino el verdugo a hacerlos jugo”.

Viví en la calle de Guadiana. Patinaba muy mal. Lo recuerdo porque había una actriz que vivía en la misma calle, y cada vez que salía, yo la perseguía en patines. Se llamaba Raquel Rojas, y a mí me llamaba muchísimo la atención. Ella bajaba de su departamento; tenía el pelo rojo. La perseguía en mis patines porque se me hacía muy guapa. Era muy buena gente. Me acuerdo que una vez estábamos en una reunión en casa de Buñuel —que hacía unos martinis muy ricos, y tenía los ingredientes en un refrigerador con candado para que no le fueran a robar su ginebra—, y yo les conté de qué manera me fascinaba Raquel Rojas, y entonces la esposa de Luis Alcoriza, a la que me habían presentado como Janet Alcoriza, me dijo: “Yo era Raquel Rojas”. Haz de cuenta que se me había aparecido la Virgen de Guadalupe. Como actriz se llamaba Raquel Rojas, pero su nombre era Janet. Buñuel vivía por la calle de Félix Cuevas, en la colonia Del Valle. Era una cerrada Y Jean, su hijo, salía mucho a pasear a los perros. Buñuel iba él mismo a la puerta y te abría.

Mi mamá me contó que ella vio al hombre mosca subir por una de las torres de la Catedral Metropolitana, desde la Casa de los Azulejos, que era de los Iturbe —mi mamá era Iturbe—. Hay una banca en el Paseo de la Reforma, cerca de la calle de Berlín, donde yo vivía. Me acuerdo mucho de esa banca, porque había una nana, una muchacha que nos acompañaba a mi hermana y a mí, y una vez en esa banca le dio un ataque de epilepsia. Nosotros éramos demasiado grandes como para nanas, teníamos: 10 y 11 años. Me acuerdo de esa banca.

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