Es indudable que la ciudad de noche es hermosa. Sin embargo, hay temporadas en las que la iluminación cambia y, muy a pesar del frío, las calles, especialmente las del cuadro principal del Centro se vuelven más cálidas. Ya sea por las luces con las que el gobierno adorna el Zócalo a partir de septiembre, o por los cientos de personas que se reúnen allí a ver las luminarias, el clima se siente mucho más calentito, como anunciando las fiestas. Pero ¿cómo inició esta tradición?

La de las luminarias del Zócalo es una historia, sí de fiesta, pero también de progreso. Inició, por decirlo de alguna manera, como un adorno de cumpleaños. Como muchos sabemos, en 1885, Porfirio Díaz cambió la fecha de la ceremonia de Independencia del 16 al 15 de septiembre; exactamente cinco años antes de que la empresa alemana Siemens-Halske se encargara de instalar el primer alumbrado festivo de la ciudad.

En 1900, la ciudad recibió el cambio de siglo con cientos de bombillas de colores que adornaron los edificios principales del Centro, la Catedral incluida. Los pequeños focos formaban patrones que iban desde estrellas hasta banderas mexicanas que buscaban avivar no sólo los sentimientos más patriotas, sino también los ánimos festivos ante los tiempos que se avecinaban. Un fituro, literalmente, más iluminado. 

Durante los 10 años siguientes, el alumbrado público en la ciudad continuó expandiéndose. Las nuevas lámparas nocturnas alumbraron algunas calles de colonias aledañas al Centro; incluyendo, por supuesto, mercados como el de la Merced, Lagunilla, San Juan y San Cosme. Esa fue la antesala para que, en los festejos del primer centenario de la independecia, las, para entonces, ya habituales luces festivad del Zócalo se volvieran un espectáculo nunca antes visto. 

Esta vez no solo se tratba del contorno de los edificios, sino también de sus detalles. La Catedral, pieza central de las iluminaciones festivas, era un dibujo de luces durante la ncoche y, por supuesto, los edificios de alrededor no fueron la excepción. Durante días pocas cosas llamaron tanto la atención como los adornos del Zócalo, tanto así que nadie sospecharía que unos meses después estallaría la Revolución, pero eso ya es historia aparte.

Ahora, más de cien años después, el legado de la llamada fiesta de las luces sigue vivo y, a pesar de su edad, su estatus como señal de progreso continúa vigente. Aunque uno ya no lo tenga tan presente, sabemos que las hemos visto aunque sea en alguna película de Cantinflas o en alguna que otra escena perdida en la filmografía mexicana. Incluso podemos aún podemos hablar del uso de nuevas tecnologías para alumbrar el Zócalo en las fiestas patrias, día de muertos o navidad.

Porque, sí, los rostros de los insurgentes o las siluetas de calaveras podrán ser los mismos de cada año, mas no así sus luces que desde hace varias temporadas dejaron la incandecencia para darle paso al LED, que ahora también es protagonista de una curiosa batalla navideña en la esquina de Venustiano Carranza y 20 de Noviembre. Allí donde los transeúntes se congragan para ver a los edificios que albergan a Liverpool y el Palacio de Hierro completamente iluminados para atraer tantos aguinaldos como sea posible y, por qué no, servir como una perfecta postal decembrina del inconfundible Centro de la Ciudad de México. 

Con todo, y, ahora sí, dejando de lado la idea del progreso, no podemos negar lo mucho que nos gustan mucho esas luces y su mensaje implícito de que, pase lo que pase, todavía podemos darnos la oportunidad de mirar hacia arriba y sonreír aunque sea por un ratito.