la banca
20 de abril 2020
Por: Lucia OMR

Preámbulo 1: La banca de la Roma donde nació el Estridentismo

En los veintes, un moderno y elegantísimo Manuel Maples Arce le dio a México la que es quizás la más radical de sus vanguardias: el Estridentismo. La iluminación le llegó allí, en una banca en la colonia Roma.

El Calor

Mi argumento carece de toda certeza científica y se basa en la opinión de unos cuantos que solemos deambular y trabajar en la Condesa. Creemos que el Poniente de la ciudad –una ciudad que arbitrariamente parto por Av. de los Insurgentes– es ligeramente más fresco y está unos cuantos grados centígrados por debajo de la media, que supongo que está en el Centro Histórico. Existe el argumento de que la zona es fresca por el Bosque de Chapultepec, pero, a pesar de su inmensidad, el bosque está rodeado por Constituyentes, Av. Chapultepec, Paseo de la Reforma y Circuito Interior, avenidas lo suficientemente grandes y transitadas como para sofocar sus intentos de ventilación. Si es verdad o no, no importa. Pero es al menos un punto de partida.

La temperatura media de la ciudad es el centro, y eso es evidente por la roca pesada de su arquitectura (la Alameda y el Zócalo son literales sartenes urbanos) y de su pasado. El pasado da calor. A pesar de esto, es inevitable transitar el centro ya sea por su comercio, sus oficinas de gobierno, su oferta cultural o sus especializadas calles de cosas. Pero también es verdad que lo hacemos por peso histórico. Es un deber ciudadano tener que ir a conseguir algo al centro cada tanto. Hay quienes lo hacen diario o quienes lo hacemos cada dos meses.

Otra zona caliente es quizás la Colonia Roma. Allí hace más calor que en la Condesa, pero menos que en la Juárez. La Roma también esta circundada por cuatro gigantes viales: Insurgentes, Chapultepec, Cuauhtémoc y Viaducto. La colonia se defiende con sus liquidámbares y laureles, y con sus parques Luis Cabrera y Río de Janeiro. Y aunque el calor es fuerte, el clima es delicadamente fresco a ratos. De 2 a 4 pm es difícil pero más tarde refresca, los atardeceres ahí son excepcionales y sus madrugadas únicas.

La Roma

En la colonia Roma transitaron los primeros tranvías y después las primeras líneas de Metro. Siempre ha habido mucho ruido; ahí se instalaron los organilleros y los vendedores ambulantes. En la Roma esta la casa con más fantasmas de la ciudad. Nunca han faltado tacos en casi cada esquina. Están los mejores ejemplares de construcciones art déco, muchos hospitales con su ir y venir de ambulancias, mercados de pulgas, millones de kilómetros de cables de millones de compañías de internet y de la CFE. En la Roma hay una fauna exótica y puede que prehistórica. Y, muy cerquita, en la Obrera y la Doctores, habitaban enormes galerones industriales, ruidosos y calurosos. La Roma es churrigueresca en el contexto de Arreola. La Roma es caliente, muy caliente. A la Roma hay que ir a comer y beber, hay que ir a comprar libros, visitar galerías, tomar mucho café. A la gente que la habita a veces le da calor y sale a caminar su barrio. Los que no vivimos ahí, vamos porque es hermosa. A la Roma hay que ir a no hacer nada, hay que llegar caminando o en transporte sin tener un solo pretexto más que no hacer nada. Hay que observar el moho de sus paredes, sus banquetas levantadas, la fusión de la vegetación con la arquitectura, sus grados de inclinación. Y hay que aguantar el calor con un tinto de verano.

La Banca

El real esplendor de la Roma inició en los veintes del siglo pasado, terminando nuestra Revolución y terminada la Primer Guerra Mundial. Casi todo coincide con 1922, el annus mirabilis del Modernismo. La modernidad, el avant-garde, la bohemia pre-existencialista, la esperanza del Futurismo, la entonces inocente amenaza fascista con su cargada estética de un nuevo renacimiento monumental y el reciente éxito bolchevique. El primer mundo, Europa, tenía su pretexto y su utopía, y nosotros nuestra Revolución, y con ello nuevos iconos y ordenes sociales. Surgieron el modernismo y los cocteles y, muy a tiempo, llegaron también a la Roma.

Justo en 1922, un moderno y elegantísimo Manuel Maples Arce le dio a México la que es quizás la más radical de sus vanguardias: el Estridentismo. La iluminación le llegó allí, en una banca en la Colonia Roma, una tarde de mucho calor y ruido. Y con él, esa tarde, dice José Emilio Pacheco, nació el lema de todas las rebeliones literarias “Haré grandes cosas. Lo que son, no lo sé”. A Pacheco, ávido conocedor de la historia, nunca le interesaron demasiado otras disciplinas como la música y las artes visuales. O por lo menos casi nunca escribió de ello (y eso que dedico largos textos a los hotdogs). Ese lema no solo es una rebelión que influenciaría todo el siglo XX en el ámbito literario; es un statement que aplica a todas las artes. En la arquitectura, los estridentistas se permiten proyectar lo imposible: edificios sobre las nubes, pirámides invertidas, gráficas con geometrías imposibles, pero de alcance popular. No les preocupaba la gravedad. El Estridentismo es también el origen de “el ruídismo”, la experimentación llevada de la mano de la improvisación sin tener nunca claro un inicio y un fin. Es el antecedente de la música concreta. Para Maples Arce y cia., el arte es la proyección, el boceto; no la pieza final, a quién le importa. Es encontrar el placer en el dolor, que es lo único que conocemos, lo único que compartimos democráticamente, que no es necesario imaginar y basta con recordar y compartir.

“Casa de las Brujas” y Urbe

Mujer de vestido rojo y Maples Arce

En Soberana Juventud, según cuenta José Emilio Pacheco en Semillas del Tiempo (columna de 1981), Maples Arce describe que todo comenzó una tarde en la que él se sentó en una banca frente a ese edificio de ladrillo rojo (¿la casa de las brujas?) en la Plaza Río de Janeiro (antes con más lógica llamada Plaza de Orizaba) y observó a una mujer con un vestido rojo entrar. Es todo. Ese momento de observación originó las primeras líneas del legado estridentista:

En el fru-fru inalámbrico del vestido automático
que enreda por la casa su pauta seccional,
incido sobre un éxtasis de sol a las vidrieras,
y la ciudad es una ferretería espectral.

Embajada Rusa y David

La Roma, por ser un lugar favorito de la ciudad para no hacer nada, ha sido, es y será siempre un campo de batalla. Sus olores, sabores, colores y sus ruidos son en buena medida nuestro termómetro cultural. Escribo esto en medio del encierro y de la sana nostalgia, desde la San Miguel Chapultepec –mi hogar desde hace casi dos años–, mientras hago listas de actividades no esenciales, a la cuál he sumado el servicio de poda de la Ciudad de México, pues hasta hace dos semanas lograba ver desde mi ventana la bandera de la Embajada Rusa y ya no. Recuerdo de memoria las calles de la Roma, en la que viví en tres departamentos y momentos diferentes: en Valladolid, en Colima y en Chihuahua, donde Leonora Carrington fue mi vecina. Espero regresar para confirmar si la banca que imagino es en realidad esa banca de Maples Arce o no.

Cesar Vallejo escribió años después:

Tan equivocados andan los poetas hoy que hacen de la máquina una diosa, como los que antes hacían una diosa de la luna o del sol o del océano.

Discrepo.

*

Por ser la primera entrega de esta columna, se admite el pretexto de explicarla, o bien, justificarla por sus preámbulos y sus posibles objetivos no logrados. La premisa es comentar un poco las estéticas de nuestra ciudad; los detalles del paisaje, sus objetos, el diseño y la arquitectura voluntaria e involuntaria y los sonidos que aquí ocurren. Desde una anécdota, la subjetividad de su presencia o simplemente su historia.

Exit mobile version