Mi sobrina de dos años está muy arreglada por el Facetime y le pregunto: “¿A dónde vas?”. “A la azotea”, me responde con alegría.

El conjunto residencial en donde vive mi hermana cerró las áreas comunes de jardines y juegos, así que a la hora del lunch, durante su dinámica escolar en casa, suben al techo con un mantel para hacer un picnic.

azoteas

@alelegos

Me parece que las azoteas en la Ciudad de México han cobrado un cierto protagonismo en la etapa de contingencia: ahora son un patio de recreo o un gimnasio para los vecinos.

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Videos de @vicdel

Yo le tengo un especial cariño a las azoteas del D.F. En la unidad habitacional donde crecí, nos tenían prohibido subir hasta cierta edad. Esa puerta con llave al final de las escaleras fue un misterio irresistible para mí. Atreverme a cruzarla significó mi mordida de Eva: la desobediencia hacia mis padres. En la azotea sentía una libertad distinta a la del jardín, aventurera. Solo se podía jugar con los cinco sentidos atentos para que no se volara la pelota o para no rasparse las manos, los codos o las rodillas en ese piso hostil.

Azoteas niño

Fotos de @pratsmiller

Ahí, entre las jaulas para colgar la ropa y los lavaderos, fundé un club secreto con mis amigas, aprendí a brincar de un edificio a otro y usé por primera vez un telescopio que me trajo Santa Claus.

También conozco a varias personas que han rentado cuartos de azotea cuando se independizan muy jóvenes de sus papás. Y sé de una bruja curandera que atiende a sus pacientes en un consultorio de azotea rodeado de gallinas.

Me gusta imaginar que algún día se aprovecharán mejor estos espacios. Usarlos para huertos o áreas de ejercicio; quizá ponerles pasto recreativo o incluso un observatorio celeste. Así disfrutaríamos más de los atardeceres citadinos, como ahora, o de las súper lunas. Al final, las azoteas nos permiten ver un techo más alto.

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Foto de @ginjaramillo

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