Quedan pocas mesas de ajedrez en los parques públicos de la ciudad. Y las que hay están solitas, a la intemperie, esperando ya no a que dos jugadores sino a que quizás algún trabajador las use para comerse un sándwich o comida de topper. Han cambiado de vocación pero siguen siendo especiales.

ajedrez

En el Parque Miraflores en San Pedro de los Pinos, uno de los más estéticos de la ciudad, hay unas cuatro mesas fijas de ajedrez que nadie usa para jugar (“La palabra ajedrez, ¡esa cosa hermosísima!” diría Juan José Arreola). Y siendo tan simbólico su propósito: el de enfrentar a dos personas a un duelo analítico, se suman al catálogo de las cosas más tristes y reconfortantes de esta ciudad. Tristes por su abandono y desuso; reconfortantes porque hablan de un pasado más tranquilo cuando la gente sí llevaba sus piezas a los parques y tenía tiempo para dedicar.

ajedrez

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Hoy las mesas están un poco rotas, llenas de lluvia, rodeadas de los pinos que dan nombre a la colonia. El ajedrez requiere que haya dos personas jugando, y allí esperan las mesas con la misma paciencia que solicita el juego que proponen a todos los caminantes que pasan por allí.

Retomemos las mesas de ajedrez, llevemos piezas en la bolsa.