tenayuca
11 de enero 2019
Por: Carolina Peralta

Las pirámides de Tenayuca: un Teotihuacán en chiquito (por Elena Poniatowska)

Este texto forma parte de la 3 edición de Todo empezó en domingo, un libro hermoso que Travesías Editores publicó en 2012. Un conjunto de crónicas dominicales de Poniatowska.

*Este texto forma parte de la tercera edición de Todo empezó en domingo, un libro hermoso que Travesías Editores publicó en 2012, que es un conjunto de las crónicas semanales que Poniatowska escribió para el suplemento dominical de Novedades. a finales de los años 50. La primera edición salió hace poco más de 50 años con el FCE, la segunda bajo el sello editorial Océano. Esta edición, que coordinó el sello editorial al que Local pertenece, viene acompañada de los dibujos de Alberto Beltrán y fotografías de Graciela Iturbide.


Ochocientas serpientes avanzan lentamente en el suelo. Sus cuerpos de piedra nunca logran desenroscarse totalmente y su lengua ni chasquea ni pica. Tenayuca, la ciudad de las sierpes, como la llamo Bernal Díaz del Castillo, es una pirámide situada a un extremo del acueducto que iba a Tlalnepantla a la Villa de Guadalupe. Entre las modernas torres de fábricas, los edificios, los tanques y las plantas de bombeo, se ve la silueta achaparrada y morena de la pirámide. Más adelante, cubierta por los nopales y los órganos, se levanta su hermana menor, la pirámide de Santa Cecilia.

Los trabajadores que van a la nueva zona industrial de Tlalnepantla y los paseadores domingueros no saben que la pirámide de Tenayuca es una especie de Teotihuacan en chiquito. Los toltecas pensaban que la vida se renueva cada cincuenta y dos años y por eso construyeron varias pirámides. La primera se edificó en 1253 y sobre ella se levantaron seis más. La última se hizo en 1507. Cada ciclo solar era causante de una nueva construcción, una fachada más bella para rendirle culto al sol y seguir la marcha de la vida. En homenaje a Xiuhcóatl, dios solar, más de ochocientas serpientes esculpidas bostezan y oyen en la sinfonola: “Cachito, cachito” y “Tenías que ser tú”. Evas y Adanes pueblerinos platican sentados en sus colas de piedra enrojecidas por los rayos y a ellas no les queda más remedio que hacer de tripas corazón, y oír las palabras milenarias.

–¿Me quieres?

–Sí, ¿y tú?

–Yo no puedo vivir sin ti.

 

¡Qué no verán, qué no oirán las benditas serpientes! Todos los camiones de la basura pasan cerca de la pirámide porque un poco más lejos yace uno de los tiraderos de la ciudad. “¡Órale cabrones!” En el pueblo de Tenayuca, los domingos hasta las mujeres se ponen sus buenas guarapetas y chillan porque se las llevan, chillan porque no se las llevan, hasta que llega la policía del Estado de México, que allí no es azul sino guinda y recoge a todos aquellos a quienes se les pasaron las copas. Entonces sí que las mujeres dan rienda suelta a su desesperación.

Las serpientes le dan la espalda a los cráneos y huesos cruzados; al friso mitológico que según Alfonso Caso es “la falda de la diosa tierra”, y prefieren mirar las faldas vivientes y cantarinas de las muchachas que van al rosario de las seis a la iglesia de Tlalnepantla que, en vez de latín, se llama Tecalhuiaca (en náhuatl: “Casa grande de Dios”), como una concesión que los frailes hicieron a los indios para ayudarlos a comprender la nueva religión.

Los astrónomos saben que Tenayuca está ligada al culto solar y conoce los solsticios de verano e invierno y los equinoccios de primavera. Las serpientes se arrastran listas para atacar al sol cuando pasa por el cenit.

–Fíjate bien porque pertenecen a la constelación Tauro –dice Aberto Betrán– y los que nacimos en mayo somos tauro.

Y las serpientes se encogen toditas porque con esa armazón de piedra no pueden enroscarse en torno al árbol del bien y el mal.

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Como presentación a la tercera edición, el director editorial, Guillermo Osorno, escribió:

Para esta edición de 2012 Elena quiso dejar testimonio de las dos ciudades: la íntima, la de antes, y la nueva. Y aquí es donde entra la fotógrafa Graciela Iturbide, quien amablemente se ofreció a hacer un ensayo con imágenes de la construcción del segundo piso del Periférico. Es una metáfora de la ciudad que se nos fue al cielo, que se nos salió de las manos. Esas imágenes van al principio y preceden los texto de Elena y los dibujos de Alberto Beltrán. Por lo demás, esta edición se parece más a la de 1957. Se trata de una colaboración del Gobierno del DF, el Fideicomiso Centro Histórico y Editorial Mapas (ahora Travesías Media) que han querido acompañar a Elena Poniatowska y Alberto Beltrán en sus paseos dominicales por una ciudad desaparecida, como una estrategia para recuperarla.

Ahora en local.mx nos unimos a ese recorrido.

Si te interesa el libro, puedes verlo y comprarlo aquí.

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