En los tianguis y mercados de la ciudad existe una infinidad de alimentos que bien podríamos definir como “una bendición para el cuerpo”. Sin embargo, solo hay uno que puede —y a nuestro parecer lo hace— ostentar la corona del rey de todos los puestos: el tlacoyo.

Su preparación es sencilla y su sabor, independientemente de quién lo prepare, muy pocas veces queda mal. Además de combinar casi con cualquier guarnición disponible, su consumo es demasiado cómodo. Uno lo puede comer de pie, sentado, en el mismo tianguis —lo que recomendamos, especialmente si está recién hecho— o en casa para prepararlo al gusto. 

¿Cómo no rendirle pleitesía siendo tan noble? 

Breve historia del tlacoyo

Como todo buen monarca, el tlacoyo tiene un pasado extenso. Su origen, como podrán adivinar, es prehispánico y la receta lleva más de 500 años prácticamente intacta. Su nombre proviene del náhuatl tlatlaolli que, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, se traduce como “maíz molido”. También están traducciones que, como Fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de Nueva España, señalan que viene de tlaoyo una palabra usada para referirse a pequeñas “empanadas” o tortillas de maíz molido.

Usaban también muchas maneras de tortillas para la gente común. Una manera della se llaman tianquiztlacualli; quiere decir “tortilla o tamal que se vende en el tiánguez”. Otra manera del tiánguez, que se llama íztac tlaxcalli etica tlaoyo, quiere decir “tortilla muy blanca que tiene de dentro harina de frijoles no cocidos”.

En cualquier caso, el nombre se refiere solo a la masa que envuelve un guisado que generalmente se trata de frijoles, habas, alverjones, chicharrón o requesón. En pocas palabras el tlacoyo no es otra cosa que una manera de transportar comida para que ésta permanezca fresca. De acuerdo con los escritos de cronistas como el mismo Sahagún, estos bocadillos se vendían en tianguis como el de Tlatelolco para las personas que tenían que recorrer largas distancias o trabajar durante largos periodos.

¿Cómo eran los tlacoyos?

Aunque los antiguos mesoamericanos no acostumbraban a comer más de dos veces al día, comer uno o dos tlacoyos era suficiente para tener energía suficiente para rendir durante la jornada. Eso sí, los rellenos no eran tan variados como hoy, pues además de portabilidad buscaban ingredientes como el haba, frijol y otras leguminosas que no se echaran a perder tan rápido y así durar tanto como fuera necesario.

Tras la llegada de los españoles, las opciones para rellenar comenzaron a ampliarse. Ahora sí, se hicieron presentes el queso y algunas carnes especialmente la de los cerdos que vinieron con los conquistadores. Ese fue el comienzo de los tlacoyos que consumimos en la actualidad; que, con todo, podemos decir que tampoco han sufrido un cambio tan drástico.

El rey del tianguis

Hasta la fecha, el punto de venta más popular para los tlacoyos sigue siendo el tianguis. Ahí los vendedores los preparan al momento o los llevan en grandes canastos, acomodados de una forma precisa para que no se rompan durante el recorrido y puedan llegar sanos y salvos a nuestras mesas.

Para encontrar los ingredientes de acompañamiento no hay que ir lejos, usualmente en el mismo puesto venden nopales, queso y salsas que los marchantes cocinan con la sazón justa para lograr un maridaje perfecto con el tlacoyo. 

Como ven, hay muchas razones para considerarlo el indiscutible protagonista de los tianguis, las mesas y nuestros paladares ¡Larga vida al rey!