Casi toda la narrativa que tenemos de las estatuas en la ciudad es un reflejo de quién tuvo poder, quién tuvo privilegios o quién contribuyó a la Nación. Las estatuas urbanas son monumentos a algo que nos hizo bien a juicio del Gobierno en turno. Pero en una calle de Tlalpan hay una estatua erigida a un perro callejero, y entonces todo lo que reconocemos como monumento cambia de significado. El Monumento al Perro Callejero, o “Peluso”, como se le conoce, es quizás una de las estatuas que más merece el homenaje.

El Monumento al Perro Callejero fue iniciativa de la asociación civil Milagros Caninos, una ONG que busca atender a esta población, rehabilitar a perritos maltratados o con alguna discapacidad para ofrecerles la oportunidad de una vida digna. Su construcción fue posible gracias a la aportación de donativos particulares y a las manos de la escultora Girasol Tello, que en dos meses y medio de trabajo, sacó del bronce a Peluso, quien permanece estático, raquítico, a un lado de Insurgentes, como el recordatorio constante de una realidad ignorada.

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Peluso arroja luz a todos los perros que han padecido el frío y el hambre de la Ciudad de México. Y cambia el significado de las estatuas porque no enaltece a un personaje histórico sino que empequeñece al humano que no hace algo por ayudar. Está allí para recordarnos que él no es nada sino un recordatorio, y si alguna estatua es parte intrínseca de nuestra narrativa es él, mucho más que los Licolns y los Ghandis y los Maderos.

La placa que remata la base de la escultura intenta enunciar lo que diría un perro callejero si pudiera hablar.

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Se estima que el 75% de los perros del país son callejeros, lo que sitúa a México como el primer lugar de América Latina. Ello explica bien que desde el 2008 se encuentre sobre la calle de Moneda en Tlalpan, entre las estaciones Ayuntamiento y Fuentes brotantes de la línea 1 del Metrobús.

Los perros callejeros son uno de esos fenómenos que damos por hecho. Los vemos, los conocemos y reconocemos, a veces los alimentamos y mimamos. cuando cuestionamos su existencia, de dónde vienen y por qué son, descubrimos que Peluso tiene muchos rostros y ninguno, pero la misma necesidad.

 

Actualmente la escultura está en un estado de abandono, irónico siendo su propósito una crítica a lo mismo.

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