Ubicado en la Condesa, Plonk tiene un encanto inmediato: la ubicación perfecta entre todo lo que está pasando en la Condesa y la tranquilidad del parque México, la decoración y el color rosa que simplemente le habla a mi alma, y por supuesto, el murmullo boca a boca de que Plonk tiene una de las mejores selecciones de vinos de la ciudad.

El nombre viene de una historia curiosa: soldados australianos en la Primera Guerra Mundial malinterpretaron el “vin blanc” de los franceses y comenzaron a llamar al vino “plonk”. Hoy, el lugar honra esa informalidad deliciosa con una carta de vinos naturales y sin pretensión, curada con atención absoluta por la sommelier Romina Argüelles. Hay un 85% de etiquetas del Viejo Mundo y un 15% del Nuevo, todas de intervención mínima, orgánicas, sostenibles y pensadas para conversar con lo que llega al plato.

La cocina, dirigida por la chef Flor Camorlinga, combina sensibilidad mexicana con acentos asiáticos. La creatividad de Flor es divertida, atrevida y perfectamente equilibrada. Comenzamos la noche con lo que solo podría describirse como una “pizza mexicana”: una tostada gigante de maíz azul cubierta de verduras de temporada, pepino, hongos, muchas hojas verdes y una Valentina casera que —sin exagerar— debería venderse embotellada. Lo acompañamos con una copa de Bicodocabo Albariño, que nos abrió el apetito al universo de combinaciones que seguirían.

Después llegaron unas verduras rostizadas que sabían a huerto recién cosechado: mini elotes, ejotes, zanahoria, coliflor, jitomates de colores y una mezcla de verdes tan bella como deliciosa. Lo acompañamos con un Corpinnat de Gramona, un espumoso español que cumplió todos los antojos de burbujas.

Luego, los esquites con coles de Bruselas, mayo de macha, queso Cotija del pueblo, sal de chapulines, epazote morado, fueron el plato estrella. La versión original incluye hormiga chicatana, pero esta vez lo pedimos sin, y aún así fue gloriosa. El maridaje: un Rkatsiteli georgiano de Okro’s Wines, que nos sorprendió con su mineralidad profunda. Cerramos con una pannacotta acompañada de tres bolas de helado: final feliz, sin duda.

Todo esto, además, con una atención impecable. Flor y Romina se aseguraron de adaptar cada plato a nuestros gustos: que sin lácteos, sin insectos, que si preferíamos un espumoso, y lo hicieron con esa amabilidad que se siente genuina, sin discursos ni poses.

Plonk no es solo un lugar para comer y beber bien, es un lugar para estar. Para dejar que la noche fluya entre copas, risas y pequeños placeres servidos con cariño. Y si llegas al postre, —porque tienes que llegar al postre—, entenderás por qué todo en Plonk parece estar hecho para quedarse en la memoria.

@plonk.mx
Iztaccihuatl 52, Condesa