Tener una cita en la ciudad requiere esfuerzo y, al mismo tiempo, espontaneidad. Hay que pensar en el lugar perfecto para conversar —sin que la música interrumpa las confesiones reales o ficticias—, con drinks para empezar a liberar la tensión, comida realmente rica, y tal vez uno que otro postre o digestivo que nos invite a hacer una laaarga sobremesa (para eso reservamos, ¿no?. Claro, solo soy una chica que quiere que la lleven a cenar. Y tal vez sea una primera cita que no lleve a nada nunca, o quizá se convierta en el evento canónico que marca un antes y un después en la vida.  

La buena noticia es que, para eso, la oferta es vasta en la Ciudad de México. Sin embargo, sea cual sea el dilema —si el antojo es de algo italiano, indio o español—, para mí, ese rinconcito inigualable es CANA. No es una elección aleatoria ni sesgada. Creo firmemente que en este lugar se nos enseña que el amor está, casi siempre, frente a nosotros. Pero me estoy adelantando.

Ubicado en la calle de Liverpool, CANA es un bistró moderno, con toques contemporáneos, que siempre está a media luz: lo que es perfecto porque, visto a contra esquina, esconde todo lo que sucede en su interior, todo es misterio, sorpresa por develar. Aunque puede parecer un tanto inaccesible, lo cierto es que se trata de un restaurante sin pretensiones, sencillo y con el ambiente ideal para crear una noche que se recuerda por años. Me aventuraría a decir que hasta por generaciones (tal vez en unos años le cuente a mis hijas cómo, un jueves cualquiera, comí y bebí en un restaurante de la que entonces era la colonia Juárez). Al interior: mármol rosa, luz indirecta, una barra que rodea el salón, es complicado no caer en la tentación de enamorarse y ya. 

La chef, Fabiola Escobosa, parece contar su propia historia —los lugares en los que ha estado, las cocinas que ha recorrido— a través de un menú que también nos lleva de golpe a momentos más felices. Por ejemplo, su ensalada de ciruelas con queso: a mí, que nunca me han gustado las ciruelas, me hizo pensar en una tarde en el jardín de la casa de mis abuelos en Loma Bonita, Oaxaca. El pan de yuca trasladó a mi acompañante a una noche feliz, felicísima, en Bogotá (donde bailó por horas, según lo que me contó en esa cita). Su clásica ensalada césar con láminas finas de parmesano, originaria como Escobosa del norte del país, nos elevó a un estado de paz mental que solo se logra con creer que todo está bien a nuestro alrededor. Luego, unos dumplings de chirivía con dashi e hinojo bronce fueron parecidos al caldo que hace mamá cuando nos sentimos mal, reparador. Pero creo que la estrella del menú fue el kampachi con apionabo y salsa macha, toques de acidez y crunch que jugó con nuestros sentimientos, para bien. Después vino el arroz meloso con calamar y almejas que terminó por confirmar que, a veces, el amor sí se planta frente a nosotros. Hay que hacerle caso. Finalmente el postre fue pura lujuria: buñuelo, higo y Acetaia Pagani n° 7. No regrets.

Las bebidas son clave en una noche así: para empezar yo elegí un clásico, un Juana martini con aceituna (gin Juanita, vermut, jerez y aceite de oliva); mi acompañante pidió una copa de vino blanco que le recomendó el mesero —cuyo nombre, debo confesarme, olvidé por completo. Después, nos fuimos a vino rosado en partes iguales, otra de las recomendaciones que nos hicieron. Lo volveríamos a hacer una y otra vez. Y para terminar, un carajillo espectacular, como debe ser. Aunque mis palabras lo reflejen, no es tan simple como parece: la selección de vinos de la casa es tan cuidada como el menú de Escobosa. 

Aunque la recomendación es ir de noche, también hay personas que buscan algo de día: con la luz del domingo apenas dejando ver que no hay tal bajón, CANA sirve uno de los mejores brunches de la ciudad. Quizá lo que hay que hacer es dobletear: por la noche una cena, que también es un baile, inolvidable. Y por la mañana, para revivir, sentir el dulzor de los pancakes con miel de maple y mantequilla. Clásico de clásicos. 

CANA tiene la virtud de traer de vuelta al mundo actual el romanticismo del bistró francés —que nunca pasará de moda, lo creo humildemente—, de pensar en la comida como un paseo a nuestras memorias, de obligarnos a salir con una sonrisa bien puesta como parte del atuendo. Pero sobre todo, de hacernos ver cómo todo lo que amamos, en realidad, sigue ahí. 

@canacdmx

Liverpool 9, colonia Juárez
Lunes a sábado | 2 pm a 11 pm
Domingo | 11 am a 6 pm