aberraciones culinarias
12 de septiembre 2017
Por: Patricia

4 (imposibles, deliciosas) aberraciones culinarias de la Ciudad de México

Esto sí es algo que celebrar en el mes patrio. Estas 4 "aberraciones" son oriundas de la capital y dicen mucho de su extravagante ingenio y su creatividad.

Rica y variada como ella sola, la cocina mexicana no deja de sorprender a propios y extraños. Los ingredientes de su territorio, las técnicas ancestrales y la fusión de culturas crearon una gastronomía sólida y con voz propia que resuena en todo el mundo. No por nada fue designada Patrimonio Intangible de la Humanidad.

Sin embargo nunca falta la piedra en los frijoles y esas son las aberraciones culinarias: platillos que desafían las leyes de la naturaleza y el sentido común, y que atentan contra toda norma del buen comer.

Capaces de ruborizar al sibarita, estas preparaciones han luchado sin cuartel para ganarse las preferencias de los antojadizos y los necesitados de umami. Si eres uno de ellos te sugerimos buscarlos.

1. Gomichelas

Gomichelas en Alfonso Reyes 177, Condesa | Foto: Jordana BTP

Se rumora que las gomichelas nacieron en los municipios mexiquenses que limitan con el exDF. Ahí, al calor del perreo chacalonero, la cerveza se fusionó con tremendas cantidades de salsas industriales, chamoy, chile en polvo y gomitas de dulce. La poco convencional combinación pronto ganó adeptos entre la población más joven y pronto se diseminó e incluso llegó a las colonias más esnobs de la ciudad –sí, esas que pensaste.

El resultado es una bebida dulce, ácida y ligeramente picante con sabor a limón; la cerveza solo aporta una breve sensación de cosquilleo en la lengua que pronto es opacada por la acidez del cítrico y las salsas. Las gomitas, que pueden tener cualquier forma, pierden su firmeza característica y después de estar sumergidas toman una textura viscosa y poco agradable.

¿Debes probarla? Sí, nunca está de más descubrir sensaciones. ¿Hay que repetir? A menos que tengas 20 años y/o estés dispuesto a frecuentar nuevos lugares y experiencias –con otro tipo de ambientes–, sí. En caso contrario mejor pide un gin tonic en tu bar de confianza.

¿Dónde? Cualquier tianguis dominical o bar de la zona conurbada.

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2. Torta de chilaquiles (y de tamales)

La esquina del chilaquil en Alfonso Reyes esq. Tamaulipas | Foto: Ana Lafaramboise & Daniel Almazán

Las tortas de chilaquiles o de tamal son el mejor ejemplo de que los carbohidratos, y no el amor ni el dinero, son lo que mueven al mundo. El principio es simple: un pan blanco (de harina de trigo y origen europeo) preñado por una combinación ancestral: maíz, chile y tomates.

El resultado es épico. Con solo dos elementos obtienes una gama sensorial que va de lo tibio y esponjoso a lo húmedo, y luego hacia lo crujiente de la costra del bolillo. En cada mordida percibes la acidez de la salsa y su pungencia que despiertan la lengua de la suavidad de la miga. Si es de chilaquiles, la crema refresca la boca y la cebolla aporta esos destellos chispeantes al morderla.

¿Debes probarla? Sí. ¿Hay que repetir? Siempre, ¿quién se cree tu doctor para decir lo contrario?

¿Dónde? Las de tamal afuera de las panaderías. Las de chilaquiles, prueba las de Santa Mañana y si eres más costumbrista en La esquina del chilaquil en la Condesa.

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3. Oreos fritas

Oreos fritas en Porco Rosso

Verdad universal: todo sabe mejor frito. Las quesadillas, las milanesas y hasta los tamales fritos son la prueba de que una capa crujiente y dorada elevan a la realeza hasta el más humilde de los alimentos. Los estadounidenses también lo saben –e impulsados con la pasión por los alimentos grotescos– decidieron bañar las clásicas galletas en una mezcla a base de fécula de maíz para después sumergirlas en aceite caliente. Así obtienen un platillo que bien podría llamarse The Widowmaker.

Todo culmina en un postre decadente: una bomba de azúcar, grasa y carbohidratos que acelera el pulso al sentir su textura crocante pero esponjosa, firme por la galleta y cremoso con el relleno. La joya de la corona es el helado de vainilla para remojar cada bocado provocando un contraste de temperaturas.

¿Debes probarlo? Al menos una vez en tu vida. ¿Hay que repetir? Las mejores razones para vivir son, irónicamente, los mejores motivos para morir; tú decides.

¿Dónde? En cualquier sucursal de Porco Rosso.

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4. Dorilocos

Dorilocos de Ensalada Lounge en Tamaulipas 155-C, Condesa | Foto: Jordana BTP

Algunos creen que los dorilocos llegaron a la capital gracias a un visionario; otros, los más románticos, aseguran que esa persona era en realidad un profeta que iluminó el Valle de México predicando con este noble bocadillo que combina lo mejor de dos mundos: el vegetal y la comida chatarra.

Lo único cierto hasta ahora, es que los dorilocos son originarios del Norte del país –pues guardan una estrecha relación con los tostilocos de Tijuana–. Tras su llegada, pronto encontraron lugar en la oferta gastronómica de tianguis y mercados de la capital.

Una vez que todo está listo, la danza de la vida misma comienza: toma una bolsa de doritos, la corta horizontalmente para dejar al descubierto el contenido y con unas pinzas agrega uno a uno los ingredientes: primero la parte fresca: las hortalizas, luego los cacahuates y cueritos para rociar con las salsas y el jugo de limón para terminar con una generosa espolvoreada de sal.

Dorilocos del metro Oceanía

Si no se te hizo agua la boca es posible que estés muerto. ¿Debes probarlo? En cuanto los veas hazlo. ¿Hay que repetir? Mientras no tengas un agujero en el estómago no hay razón para no comerlos.

¿Dónde? En cualquier tianguis, pero son más buenos y pintorescos en el andén central de la estación de metro Oceanía, en la línea 5.

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