Hay un nuevo jardín que se antoja demasiado para estos días calurosos y sedientos en la ciudad, que los capitalinos para nada veíamos venir. Se llama Jardín Juárez y está en lo que era un estacionamiento en plena avenida Chapultepec. El terreno, holgado y un tanto gris, lo transformaron en un patio con parrilla, tragos, pasto y mucho espacio para estirar las piernas. Este hermano de Jardín Chapultepec –el biergarten al otro extremo de la avenida que muchos ya frecuentan– ha llegado a mejorar los días, a ofrecernos escenas de tardes holgadas y campestres en medio de la ciudad.

Jardín Juárez no pretende mucho más que ofrecer un espacio para estar a gusto. El piso es de grava y las mesas, largas y de madera cruda, están bajo una estructura de acero sitiada por enredaderas y plantas, que poco a poco conquistarán el espacio hasta convertirse en un jardín frondoso. Al fondo del lugar, un montículo de pasto está para que los comensales alarguen las horas y el concepto de sobremesa, se echen a beber, y los niños jueguen y, si hay mascotas, que se tiren junto a sus dueños.

La especialidad son las cervezas, que sirven bastante frías en vaso ($50), pinta ($70) o jarra ($230). Las cervezas artesanales abarcan casi toda la carta de bebidas; son variadas y por temporada, de marcas como Hércules, Colima y Cyprez (por ahora). Las cervezas industriales son menos, pero suficientes y bien servidas.

Los cocteles son otra parte importante de la carta. Ofrecen una decena de distintos tragos, algunos clásicos, otros de la casa. Nosotros probamos el Diente de León, que lleva Hendricks, pepino, frambuesa, limón amarillo, albahaca y agua tónica; el Black Soul, de Bacardi, frutos negros, hierbabuena, especies y ginger ale y tomamos también el Gin & Juice. Todos fresquísimos y brillantes.

La comida es consistente, como para poder beber por horas y no emborracharse demasiado. En el menú hay platillos muy al estilo biergarten, como hamburguesas, salchichas alemanas, chapatas, fish and chips y sándwiches fritos, un invento de ellos que son unos cuadritos de fritura, rellenos de mucho queso y tocino.

En la noche la atmósfera cambia, pero el ambiente sigue siendo desenfadado. Cuando la luz cae, unos foquitos que cuelgan de la estructura de acero iluminan suavemente el lugar. La demás luz viene de los faros de la calle y la estela de los coches que pasan rápido por la avenida. La música cambia también, depende del día, depende de la hora; algunas veces hay conciertos, otros, música en vinil.

Todos estamos de acuerdo en que en esta ciudad hacen falta más restaurantes en jardines, que no estén dentro de un hotel para presupuestos de turista. Pero en los últimos meses hemos visto brotar restaurantes y bares en terrazas, azoteas, parrillas, jardines, que nos dan aire libre y tardes tranquilas. Que nos dicen mucho del temperamento colectivo de los capitalinos.

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