Michel André

El derretimiento del hielo ártico y antártico ha resultado en el desarrollo de nuevas actividades humanas en ambos polos. La perturbación de estos ecosistemas remotos puede modificar el balance de la biodiversidad polar. Foto: © Heather Cruickshank

23 de agosto 2022
Por: Diana Solano

Escuchar la voz del planeta

Michel André, preocupado por la contaminación sonora que pone en peligro la vida de los cetáceos, puso en práctica la ciencia bioacústica para protegerlos.

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Hace ya 20 años que el biólogo francés Michel André fue galardonado con un Premio Rolex a la Iniciativa. En 2002, gracias a este apoyo, logró hacer realidad su proyecto de bioacústica destinado a la protección de los cetáceos. Desde entonces, una idea que nació en las Islas Canarias ha logrado expandirse a diferentes partes del mundo y —en colaboración con otros laureados— trascender los océanos, aplicarse en diversos ecosistemas y proteger a la mayor cantidad posible de especies animales.

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Las grandes extensiones oceánicas —como las imaginamos— están pobladas de sonidos sutiles: las delicadas burbujas de un banco de peces que se mueve a toda prisa; el chapoteo de delfines que saltan en la superficie; el imponente canto de un cetáceo que vibra y se trasmite por kilómetros en el azul profundo, cargando un mensaje indescifrable y misterioso.

Michel André desarrolló el Whale Anti-Collision System (WACS) para evitar posibles choques entre las embarcaciones y los cachalotes. Descubrió que, debido al aumento de sonidos provocados por la actividad humana en los mares del mundo, estos mamíferos gigantes no podían evitar a las embarcaciones que se aproximaban. Foto: ©François Gohier/Foto-Agentur Sutter

La actividad humana, sin embargo, contamina esta armonía sonora con ruidos ajenos: las perforaciones, los dragados, los estudios sísmicos y el constante tránsito de barcos de carga o de pasajeros emiten sonidos que, más allá de ser un incordio para las criaturas marinas, ponen su vida en peligro. Basta un ejemplo: la ecolocalización (es decir, la capacidad que tienen algunos animales para conocer su entorno mediante el sonido) se ve entorpecida por estímulos acústicos invasivos. Los cachalotes, en particular, suelen sumergirse a grandes profundidades y salir a la superficie en lapsos de menos de una hora. Cuando se impulsan a la superficie, pueden colisionar con un enorme crucero o un ferry, con resultados fatales para ambas partes. Michel André observó que el volumen de embarcaciones aumentaba con el incremento de la actividad turística entre las islas que conforman el archipiélago de Canarias. Y las colisiones con ballenas, que terminaban perdiendo la vida en consecuencia, no eran casos aislados: en pocos años se habían reportado varios accidentes similares.

Michel André escucha los sonidos capturados por los hidrófonos durante la prueba de un prototipo del Whale Anti-Collision System (WACS). ©Rolex/Kurt Amsler

André puso a prueba un sistema de alerta bioacústico que permitiera avisar a los cachalotes del peligro, pero se percató de que, en medio de la contaminación auditiva (con el aumento de 15 decibeles en sólo 50 años), estos grandes mamíferos eran incapaces de escuchar la alarma. Y, por ello, André propuso la estrategia contraria: no había que intervenir en la dinámica natural de los habitantes del océano, sino emitir una señal a las embarcaciones, para que éstas fueran las que modificaran su trayectoria en caso de que un cachalote se aproximara.

La antena del Whale Anti-Collision System (WACS) es sumergida en el agua desde el barco Moline durante una prueba. Foto: ©Rolex/Kurt Amsler

El resultado de esta nueva perspectiva fue el Whale Anti-Collision System (WACS), un sonar pasivo diseñado como un dispositivo de escucha submarina: una serie de hidrófonos capaces de detectar los sonidos individuales de los cachalotes que permitía, en tiempo real, lanzar una alerta a las embarcaciones. El problema, sin embargo, no se limita a esa región del Atlántico, y por ello, con el paso de los años, el proyecto Listen to the Deep-Ocean Environment (LIDO), encabezado por André, ha sido fundamental para la creación de una red de observación submarina que se ha extendido por todo el mundo y que escucha la vida marina —y monitorea sus amenazas— de manera permanente.

Como parte del proyecto Listen to the Deep-Ocean Environment (LIDO), el equipo de Michel André desplegó una estación acústica en el Ártico en 2013. Foto: ©Cortesía de Michel André

André, quien también es director del Laboratorio de Bioacústica Aplicada en la Universidad Politécnica de Cataluña, ha continuado con el desarrollo de su tecnología acústica para llevar micrófonos sensibles y duraderos a diferentes ecosistemas. Colaboró con el difunto José Márcio Ayres —Premio Rolex a la Iniciativa en 2002— en la protección del delfín rosa de Brasil, y hoy continúa proporcionando datos acústicos a su equipo para la protección del Amazonas, más allá del medio acuático: “Hace unos años —dice André— abordábamos la naturaleza en sus aspectos separados. Aislábamos los datos del océano de los del bosque, los del desierto”. Hoy, desde los sonidos de la tala o de la caza furtiva hasta la actividad industrial en los océanos, esta red de oídos electrónicos escucha atentamente para emitir alertas en tiempo real y recopilar datos mediante inteligencia artificial y aprendizaje automático.

Michel André ha estudiado el santuario protegido de Mamirauá, Brasil, desde 2016. Para ello ha utilizado la bioacústica, una herramienta sin precedentes para monitorear el estado de salud de la rica biodiversidad de fauna de la reserva, en particular de los delfines rosados. Foto: ©Teresa Correa.

André considera que los emprendedores laureados con un Premio Rolex a la Iniciativa son como una gran familia que, aunque con objetivos distintos, tienen desafíos en común y trabajan de manera colectiva para enfrentarlos. Por ello, se ha aliado también con Arun Krishnamurthy, laureado en 2012, para proteger a los elefantes en India del impacto de los trenes, y con el italiano Francesco Sauro, laureado en 2014, con quien desarrolla el campo de la espeleoacústica, con el fin de escuchar lo que ocurre en el interior de las cavernas más remotas del planeta.

Tras desarrollar el Whale Anti-Collision System (WACS), Michel André ha adaptado su proyecto para extenderlo a otros mares, los polos y bosques tropicales. Foto: ©Cortesía de Michel André

Aunque esta historia de escucha nació en las profundidades submarinas, Michel André ha encontrado el camino para que la bioacústica llegue a diferentes latitudes de la Tierra. Sin embargo, no se trata sólo de oír, y tampoco basta con escuchar: “Tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad —afirma—. No podemos escuchar e ignorar lo que sucede. Necesitamos escuchar y actuar para la conservación del planeta”.

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