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26 de octubre 2018
Por: Lucia OMR

Carbonería La Única, una de las pocas carbonerías que quedan en la ciudad

En Iztapalapa está la carbonería La Única, una de las pocas sobrevivientes en la ciudad desde el gas reemplazó el fuego del carbón. La celebramos aquí.

Desde hace décadas, La Única ha surtido carbon a grandes negocios y a pequeños clientes. Esta tienda de carbón fue una necesidad para los vecinos hasta que llegó el gas y se comercializó publicamente. Las carbonerías quedaron relegadas de la ciudad y comenzaron a desaparecer una por una. Por eso es tan especial que este lugar siga existiendo, aun cuando ya no vende a industrias si no personas que quieren calentar su anafres, chimenea o parrila doméstica.

Don Isaac, hijo del dueño y fundador de la carbonería La Única en Izatapalapa, dice que no está seguro cuanto lleva el negocio, que su padre lo tiene de “toda la vida” y que el único cambio que ha visto desde que lo tienen, aparte de la baja en ventas, ha sido moverse a un local distinto sobre la misma acera. Entre costales y ceniza ve pasar a la gente sobre la avenida Emilio Carranza, y de vez en cuando pesa unos trozos que mete en un costal.

El kilo cuesta 12 pesos. Don Isaac dice que el carbón es combinado, que hay un poco de todo. Pero que básicamente se puede distinguir en dos clases: el más oscuro, que sirve para encender fuego, y uno que brilla a contra luz, cuya función, al menos años atrás, era producir energía porque genera poca ceniza. El cabrón molido que se desprende de los pedazos se guarda en un contenedor para aglomerarlo en paquetes y revenderlo (como los que venden en el súper).

La carbonería La Única también vende anafres de todos los tamaños y utensilios para avivar las llamas, pero su principal negocio es y será siempre el carbón.

Pese a todo, Don Isaac asegura que las ventas no son tan malas como uno podría imaginar.

Aparentemente “La Única” es vestigio de otra época, una en la que el carbón era la principal fuente de combustión y cuyo uso era imprecindible en la cotidianeidad de la ciudad. Pero su permanencia se debe mucho a los cientos de anafres que calientan tamales en las esquinas de la ciudad o a las pollerías semifijas sobre los camellones. Aunque el carbón ya no calienta como antes, sigue dejando cenizas sobre nuestras calles y pulmones.

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