Desde hace casi 30 años, el Tour de Cine Francés se ha convertido en uno de esos rituales culturales que marcan el calendario cinematográfico en México. No sólo porque acerca películas que, de otro modo, rara vez veríamos en salas comerciales, sino porque funciona como un puente vivo entre dos culturas que, aunque separadas por un océano y un idioma, han encontrado afinidad en la pantalla grande.
Este 2025, el Tour regresa con una selección que equilibra nombres consagrados como François Ozon y Cédric Klapisch, junto a óperas primas que apuestan por la frescura y el descubrimiento. Antes de su arranque, conversamos con Sofía Llorente, gestora cultural y parte fundamental de este proyecto, sobre lo que significa tejer complicidades culturales a través del cine, el tipo de historias que tocan de cerca al público mexicano y el secreto detrás de la vigencia de un festival que nunca ha caído en fórmulas fáciles.
El Tour de Cine Francés lleva casi tres décadas acercando cinematografías poco obvias al público mexicano. ¿Recuerdas alguna primera vez —como espectadora o como gestora— en la que dijiste “esto es exactamente lo que debería pasar entre dos culturas”?
No recuerdo cuál fue el 1er año que fui a ver una película del Tour, pero sí me acuerdo que desde que estaba en la prepa iba. A mi mamá le regalaban boletos en su trabajo, y me los daba. Y para mí era increíble poder ir a ver cine en francés (que es mi 2da lengua) que en esa época no se podía encontrar tan fácil. Era algo que venía sólo a ciertas salas, como la Cineteca o el IFAL, y claro, no había streaming, así que nada era “on demand”. O ibas al cine o te la perdías. Y mi casa y mi vida siempre fueron bi-culturales, así que el Tour es un evento que de alguna forma siempre se sintió como casa.
Cuando empecé a trabajar en la Embajada de Francia, entendí más la dimensión de cooperación cultural que implica un festival como este y la increíble labor que hace para acercar a dos culturas que geográficamente y lingüísticamente parecieran estar tan lejos. Sin embargo México y Francia tienen una relación súper estrecha desde hace muchas décadas y ese puente es en gran parte gracias a la cultura, a las ideas, al arte. El cine es una gran herramienta diplomática, es un embajador muy potente.
¿Cuáles crees que son los gestos o sensibilidades que conectan especialmente al público mexicano con el cine francés? Más allá de lo obvio (romanticismo, estética), ¿dónde se da realmente el puente?
Contrariamente a lo que se piensa, el público mexicano tiene ganas de ver y conocer de todo. No sólo cine gringo. La prueba es el éxito que tienen las muestras de cine internacional en la Cineteca, o el mismo Tour.
Uno de los diferenciadores que tiene el cine francés es una cierta ligereza y sutileza, y no me refiero a que sea cine “simple”. Sino que las historias que cuenta no tienen que ser necesariamente extraordinarias o descabelladas. Muchas de las tramas son profundamente cotidianas, y por lo tanto creo que el público se puede identificar muy fácilmente. Son situaciones y personajes como tú y yo, o como tu vecina, o tu amiga, o tu hermana…. entonces tiene esta forma de encontrar algo digno de contarse hasta en las situaciones más ordinarias.
También he notado que los elencos son más reducidos que en los grandes blockbusters americanos… no hay miles de extras, siempre estamos siguiendo más bien a 1 o 2 personajes principales y otros 2 o 3 secundarios, pero ya. Es un cine más íntimo, que le habla de frente al espectador, que lo interpela, y que no lo revela todo, deja ciertas cosas veladas, sugeridas, o a la imaginación.
El objetivo no es necesariamente que el espectador comprenda cada cosa y cada detalle de la trama o del personaje, sino que cada quien complete esos fragmentos con su propia interpretación.
Esta edición incluye películas de François Ozon y Cédric Klapisch, que podríamos llamar “grandes nombres”, pero también óperas primas. ¿Cómo se negocia ese equilibrio entre lo consagrado y lo emergente, y qué tipo de conversación buscaban provocar con esta selección?
Eso es otra cosa que me gusta mucho del Tour. Es un escaparate muy completo para el cine francés. No se centra sólo en los directores o actores consagrados, sino que da espacio a realizadores jóvenes. Siempre hay por lo menos una ópera prima en el Tour, y creo que eso da la oportunidad a directores nuevos de darle proyección internacional a su trabajo (en una industria que es súper competitiva), y al público de descubrir auténticas joyas que probablemente no hubieran llegado a salas de este lado del océano.
El equipo de programación del Tour tiene esto muy presente y siempre se busca un equilibrio de géneros, de temas, y de “nombres” en la selección para que no sea siempre “más de lo mismo”.
¿Qué elementos cuidan para que no se convierta en “una fórmula”, sino que conserve esa condición de experiencia viva?
Pues creo que precisamente el secreto es mantener ese ojo abierto para encontrar películas nuevas. Buscar en lugares que no son los de siempre (directores consagrados, actores famosos, películas premiadas…) sino abrir la puerta y apostar por obras nuevas, ir a los screenings menos cotizados en los festivales, asistir a muestras tal vez menos mainstream y después de casi 30 años, el Tour ya tiene un buen ojo para identificar qué le va gustar al público.
También creo que el hecho de que la selección esté limitada a 7 películas únicamente, nos obliga un poco a mantenernos frescos, a tomar decisiones. No hay mucho espacio para irnos por las ramas y abrumar al público con una selección infinita que no va alcanzar a ver completa. Tenemos que seleccionar 7, y dejar ir las otras cientos de películas francesas que hay allá afuera.
Hay 7 películas y 4 semanas para verlas. Así de sencillo. Creo que a eso le podríamos llamar “fórmula”, pero es una que nos ayuda a mantener el interés del público año con año.
¿Qué ha enseñado el cine francés a tu propia forma de mirar o pensar el mundo?
Más bien creo que mi forma de mirar el mundo y el cine viene justamente de ver cine en general. El cine es un lenguaje, es un idioma. Entre más ves, más le entiendes y más puedes empiezas a identificar sus elementos. Empiezas a desarrollar una mirada y de repente ya no hay películas malas o buenas. Sólo diferentes. Algunas te gustan, algunas no (eso es gusto personal), pero aprendes a dialogar con la película (o cualquier obra audiovisual) y eso enriquece enormemente el universo interior y desarrolla el pensamiento crítico.
Y me gustaría que se quedara con eso quien esté leyendo esto y nunca se ha animado a ver cine francés. Vayan al cine, vean de todo.
Si pudieras elegir una escena de esta edición del Tour como tarjeta de presentación para alguien que nunca ha visto cine francés, ¿cuál sería y por qué?
¡Qué difícil! ¡Cuánta responsabilidad! jaja. Si tuviera que escoger una, probablemente sería la escena inicial de Los Colores del Tiempo (La Venue de L’Avenir) de Cédric Klapisch.
Es una escena en la que vemos al fondo los Nenúfares de Claude Monet, y enfrente una persona joven, con el pelo pintado de rojo brillante, tatuajes en el cuerpo, en su smartphone, con audífonos. De hecho toda la secuencia creo que es brillante.
Siento que esa imagen representa super bien lo que vamos a encontrar en el cine francés. Esos contrastes entre lo clásico y lo moderno, entre la tradición y la innovación, entre lo tradicional y lo disruptivo.
¿En qué momento de la curaduría o gestión cultural te sientes más a gusto: en la parte conceptual —ideas, conexiones, conversaciones— o en la parte logística que lo vuelve real?
¡Pues en las dos! Es que como gestora eres justamente ese puente entre lo creativo y lo logístico. Eres tú quien tiene que traducir de un idioma al otro y hacer que todos se entiendan y colaboren para lograr el proyecto. Todxs lxs que estudiamos gestión de la cultura fue porque no pertenecemos ni a un mundo, ni al otro. Ni somos artistas, ni somos técnicxs. Somos como ese eslabón de en medio.
Muchos proyectos culturales terminan en la nostalgia o en la autocelebración. En cambio, el Tour ha logrado permanecer contemporáneo. ¿Qué otras disciplinas o prácticas observas (incluso fuera del cine) para alimentar esa contemporaneidad?
Creo que el Tour no ha caído en eso porque hemos ido creciendo con el público y viceversa. Es un evento que como se tiene que reinventar año con año, y al mismo tiempo responde a una lógica comercial (las películas tienen un estreno comercial después del Tour), no se puede caer en lo autocelebratorio ni en lo nostálgico.
Es por eso que se mantiene siempre el foco en lo esencial: que el público vaya al cine a ver las películas y no se “distraiga” con actividades paralelas que a veces suelen restarle foco a la película misma.
Finalmente, una pregunta un poco más personal: ¿hay alguna película francesa que asocies con un momento específico de tu vida?
Persépolis de Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi y La Naissance des Pieuvres de Céline Sciamma (que es una directora que me encanta). Era lo que estaba en el cine en París cuando mis amigas se fueron allá a estudiar cine y yo me fui con ellas. Cuando los días eran lluviosos, el mejor plan era meterse al cine (todavía no había Netflix) y saliendo íbamos por papas fritas y cervezas, o crepas de Nutella en un puesto callejero frente al cine. Era lo máximo.
El la 29a edición del Tour de Cine Francés estará dando proyecciones del 11 de septiembre al 15 de octubre de 2025 en más de 210 salas de cine de más de 70 ciudades de la República Mexicana. Conoce todos los detalles aquí.