Aunque el relato moderno y modernizante de Tlatelolco es el de mayor presencia en el imaginario colectivo de los capitalinos, su orígen prehispánico es lo que cimentó la construcción narrativa de uno de los barrios más complejos y emblemáticos de la Ciudad de México. A setecientos años de la fundación de Tenochtitlan, Tlatelolco permanece como su reflejo más persistente: una ciudad gemela que comparte su origen, y cuya memoria sobrevive en sus plazas, museos y espacios públicos, revelándose en fragmentos arqueológicos que continúan habitando el paisaje urbano contemporáneo.
Alejados de los agentes del siglo pasado que determinaron la construcción estética del Conjunto Urbano -la arquitectura de Mario Pan y Pedro Ramírez Vázquez y, las obras artísticas de Mathias Goeritz, David Alfaro Siqueiros o Carlos Mérida, entre otros- , es posible revisitar la producción cultural tlatelolca a partir de tres objetos prehispánicos albergados, a su vez, en tres espacios expositivos.
Entre los objetos más singulares hallados durante los trabajos de ampliación del Eje Central -todavía llamada Avenida San Juan de Letrán hacia los años sesenta- para conectar a la nueva unidad de vivienda con el centro de la ciudad, el arqueólogo Braulio García Mejía encontró una vasija trípode de tratamiento formal hasta entonces no conocido: se trataba de un disco de 23 centímetros de diámetro con seis delicadas ondulaciones, apoyadas en tres discos finamente moldeados.
Llamados cuauhxicalli — “recipientes del águila” en náhuatl— , se infiere que estos receptáculos eran utilizados estos objetos eran utilizados para depositar los corazones humanos extraídos durante los sacrificios rituales y constituían parte fundamental del culto solar y guerrero, ya que el corazón era considerado el alimento más precioso para los dioses, en particular para Huitzilopochtli. A diferencia de los ejemplares monumentales hallados en el Templo Mayor de Tenochtitlan, se presume que el de Tlatelolco pudo haber tenido una función más localizada, posiblemente asociada a un altar secundario o a un templo consagrado a Tezcatlipoca.
Aunque el cuauhxicalli se conserva y exhibe en el Museo Nacional de Antropología, su bajorrelieve —una composición que integra a un jaguar superpuesto al cuerpo de un águila con tocado de cuatro plumas, y que representa la dualidad día-noche— permanece presente en el espacio circundante. Su peculiar forma lo convirtió en un objeto destacado para el equipo encargado del diseño y la construcción del conjunto habitacional, al grado de adoptar su pictograma como logotipo del proyecto arquitectónico. Impreso en las publicaciones institucionales, fundido en las bancas de hierro de los jardines e incluso colado en los muros de las escuelas, Oceloapan y Cuauhmixtitlan —jaguar y águila— aún habitan la moderna unidad de vivienda.
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Fotografía de la vasija trípode
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Pictograma de Oceloapan y Cuauhmixtitlan
Por su proximidad a las estructuras arqueológicas descubiertas, es evidente que otros espacios fuera de los límites del multifamiliar aún esconden restos materiales de los habitantes originales. Durante la construcción de la oficina de cancillería -un edificio de planta triangular ubicado frente a la antigua sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores- , el equipo de la arqueóloga Margarita Carballal ubicó tres enormes elementos arquitectónicos, conocidos a partir de entonces como los dinteles de Tlatelolco.
Por su materialidad, este tipo de fragmentos son poco usuales en las colecciones arqueológicas. Sumergidos durante siglos por una capa de lodo, los maderos de pino -cuyas dimensiones van de 1.90 a 2.35 metros de largo- atravesaron un complejo proceso de restauración extendido por quince años, lo que permite conocerlos actualmente en el Centro de Interpretación de la Zona Arqueológica de Tlatelolco.
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Fachada de Museo de Centro de Interpretación
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Vista de sala con dinteles
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Aunado a su escala y estado de conservación, su importancia reside en el tratamiento escultórico de las superficies frontales, lo que los convierte no solo en elementos estructurales, sino en soportes de una comunicación simbólica: en la pieza central se encuentra un disco solar y el signo ollin (movimiento), hacia el cual se dirige una procesión de sacerdotes y guerreros desde las piezas laterales. Algunos investigadores señalan que estos elementos servían de instrumento de legitimación política, al indicar el acceso a recintos sagrados que reforzaban la jerarquía de los espacios rituales.
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Detalle del dintel central
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La conquista alteró irreversiblemente todos los órdenes de vida de la población indígena, y la Plaza de las Tres Culturas es una de las evidencias espaciales de mayor contundencia en este respecto. Fundado hacia 1536 -tan solo nueve años después de la construcción de la primaria iglesia de Tlatelolco- , el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco también fue la primera institución de educación superior para los habitantes originales.
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Foto histórica o litografía del Colegio de Santiago
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Convirtiéndose así en un espacio central en la configuración de un mestizaje intelectual entre la tradición europea y los saberes mesoamericanos, el sitio guarda hasta la actualidad restos arqueológicos que dan cuenta del momento exacto del encuentro. Entre los objetos, se ubica una escultura monolítica tallada en piedra que si bien representa el escudo de la órden franciscana -dos brazos cruzados con estigmas que representan a Cristo y a San Francisco, acompañados por una cruz central y un lazo que rodea a todos los elementos- revela la persistencia de la visualidad y formalidad indígena.
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Foto de la escultura del escudo franciscano
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El antiguo colegio fue uno de los elementos del pasado que el equipo de arquitectos decidió conservar con la construcción del conjunto habitacional, aunque su función religiosa fue sustituida por una de perfil histórico y diplomático. Así, desde 1968, el antiguo convento alberga parte del Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores -dependencia que estuvo alojada en el actual edificio del Centro Cultural Universitario Tlatelolco-, visitable para vecinos y público en general.