La palabra “lujo” ha cambiado de forma tantas veces que ya no brilla igual. Hace tiempo dejó de significar sólo exceso o exclusividad; ahora se carga de valores, de preguntas éticas, de narrativas. No hay un solo lujo, hay muchos. Y todos nos definen, incluso si no los consumimos.

Pensar en el lujo hoy es pensar en cómo consumimos y en qué historias queremos contar con lo que usamos, comemos, vestimos o mostramos. Es una categoría que ya no se mide en pesos ni en logos, sino en relaciones: con el tiempo, con el planeta, con quienes hacen las cosas, con nosotros mismos.

Aquí una clasificación posible: lujo artesanal, lujo global y lujo consciente. Tal vez reconozcas en uno de ellos tu manera de estar en el mundo y a partir del entendimiento de cada uno, cuestiones tu forma de consumir y de habitar en el mundo.

El lujo artesanal

Este es el lujo silencioso. El que se reconoce por la mirada, no por el logo. Es aquel que nace desde el respeto: al oficio, al tiempo, a los materiales. Es el lujo que pasa de mano en mano, de generación en generación, como un susurro que dice “esto fue hecho con cuidado”.

Aquí el valor no está en la firma, sino en el proceso. Un bordado otomí que toma semanas. Una pieza de cerámica que necesita días de secado al sol. Una prenda tejida con hilos naturales teñidos con plantas.

Este lujo no necesita justificar su precio. No es para presumirse, sino para atesorarse. Y se siente, más que se ve. Porque tiene alma.

El lujo global

Este es el lujo que habla fuerte y claro. Es el que se muestra, se etiqueta, se comparte en redes. Es aspiracional y juega con los símbolos: con pertenecer, con destacar, con identificarte.

Aquí, el artesano queda atrás. El rostro visible es el diseñador, el artista, el director creativo. Es la marca la que importa, y lo que esa marca dice de ti. El lujo global convierte un producto en pasaporte cultural. Llevarlo es pertenecer a una narrativa más grande, internacional. Es una extensión del ego y del statement personal.

Puede ser brillante y fascinante, sí. Pero también puede vaciarse de sentido si olvidamos todo lo que hubo antes del empaque.

El lujo consciente

El tercer lujo es el más reciente, pero también el más urgente. Nace del hartazgo. De saber que algo tiene que cambiar. Es el lujo que se pregunta: ¿cómo estoy cuidando el planeta con lo que consumo?

Aquí el valor está en la propuesta: ¿de dónde vienen los materiales?, ¿cómo se obtuvieron?, ¿quién los hizo y en qué condiciones?, ¿qué tanto va a durar esto?, ¿cuál es su huella?

El lujo consciente no es perfecto, pero lo intenta. No presume, sino que argumenta. No se construye desde la estética, sino desde la coherencia. No busca ser tendencia, busca ser solución. Es, también, el más incómodo. Porque obliga a mirar lo que normalmente se esconde: el daño, el desecho, la explotación. Pero ahí mismo, entre esa incomodidad, nace algo nuevo: otra forma de belleza.

¿Y tú, a qué lujo perteneces?

Tal vez no encajes en uno solo. Tal vez seas híbrido. Un poco de cada uno. Tal vez tengas piezas hechas a mano por tu abuela, pero uses sneakers de diseñador. Tal vez estés empezando a mirar la etiqueta de lo que compras. Tal vez no te importe nada de esto, pero igual te atraviesa.

Porque el lujo —como el arte, como la comida, como la memoria— siempre dice algo de nosotros, aunque no lo digamos en voz alta. Y hoy, más que nunca, no se trata de cuánto cuesta algo, sino de qué representa. En un mundo sobresaturado de objetos, el verdadero lujo es elegir con conciencia, con historia o con intención. Lujo es lo que no traiciona tus valores. Lo que no necesita explicación. Lo que no se agota en su precio.

Así que más allá de la categoría, la pregunta verdadera es: ¿lo que consumes está alineado con lo que eres —o con lo que quieres parecer?