kurimanzutto
2 de diciembre 2017
Por: Carolina Peralta

Cómo negociar con las historias que hemos heredado: Never Free to Rest en kurimanzutto

Never Free to Rest son 6 artistas afrodescendientes: Mark Bradford, Charles Gaines, Rodney McMillian, Julie Mehretu, Kara Walker y Lynette Yiadom-Boakye.

A pesar de que nació en Harlem en el Nueva York de 1924, James Baldwin siempre tuvo la sensación de haber crecido en una sociedad extranjera. “Genera un gran impacto descubrir que el país en que naciste y al que le debes la vida y la identidad, no tiene en ninguna parte de su sistema de realidad, un lugar para ti”, escribió en 1965 en su ensayo The American Dream and the American Negro. Desilusionado por la marginación y la violencia a que eran sometidos los afroamericanos, a los 24 años dejó su país, y pasó gran parte su vida fuera de los Estados Unidos. Sin embargo, su sentido de la responsabilidad social lo hizo volver a principios de los años sesenta para participar en el Movimiento por los derechos civiles, pero tras el asesinato de sus amigos Medgar Evers, Martin Luther King Jr. y Malcolm X, Baldwin se exilió a Francia a escribir If Beale Street could talk, un libro que, entre otras cosas, habla de la desolación que compartieron los negros en la era que le tocó vivir.

En un momento histórico completamente distinto, pero en honor a Baldwin y tomando prestada una de sus frases, la galería kurimanzutto tituló Never free to rest su más reciente exhibición, que muestra el trabajo de seis artistas afro descendientes: Mark Bradford, Charles Gaines, Rodney McMillian, Julie Mehretu, Kara Walker y Lynette Yiadom-Boakye.

Visibilizar el trabajo de esta minoría y hablar del contexto cultural y social en el que surgió su obra, sin que ésta quede en un segundo plano ante el tema racial, sigue siendo un reto. Durante décadas se ha debatido si organizar muestras donde el color de la piel de los artistas es parte del criterio curatorial, es o no inherentemente racista. Sin embargo, abrirles espacios sigue siendo necesario. Aunque artistas como Julie Mehretu y Mark Bradford, que forman parte de esta exhibición, han conquistado la cima del mercado vendiendo sus piezas por varios millones de dólares, los suyos, siguen siendo casos aislados. En Estados Unidos, por ejemplo, sólo un pequeño grupo de afroamericanos ocupan posiciones curatoriales en los museos, y también son relativamente pocos los artistas afroamericanos que han tenido exposiciones individuales en los foros más importantes. En general, sus obras están subvaluadas frente el trabajo de artistas blancos con trayectorias similares.

kurimanzutto se suma a la reflexión en varios sentidos y dejando que la obra hable por sí misma. La curaduría plantea evidentes contrastes entre lo abstracto y lo figurativo, que atacan el estereotipo de que el trabajo de estos artistas tiene que verse de cierta forma, hablar de ciertos temas, o cargar consigo un discurso político. Las piezas de Rodney McMillian, cuyo trabajo incorpora una amplia variedad de técnicas y soportes, abordan los conceptos de paisaje y territorio desde la abstracción. “Son resultado de una investigación sobre la historia el paisajismo norteamericano, que era bastante optimista y propagandístico de la misión colonialista de conquistar territorios”, dice McMillian. “Me parece un tanto problemático, porque borraron de su representación la sangre derramada como consecuencia de esa expansión”. Sus piezas trasladan la idea del territorio a lo privado de un par de sábanas de cama que compró en una tienda de segunda mano. “Es un sitio pedestre donde dormimos, hacemos el amor, nos enfermamos, morimos, leemos o vemos la televisión”, explica. “Habla del cuerpo sin necesidad de que el cuerpo esté presente, y lo hace a través de un objeto de consumo que ha sido diseñado, empacado, distribuido, vendido, usado y rehusado hasta llegar aquí”. Las sábanas, violentadas en su carácter de objetos íntimos, están cubiertas de una gran cantidad de pintura latex que las pone en una dimensión distinta.

La obra de Mark Bradford se caracteriza, entre otras cosas, por su transformación de materiales recogidos de la calle en instalaciones y collages de gran formato que construyen reflexiones sobre economías subterráneas, comunidades migrantes y la apropiación de espacios públicos. En este caso, su pieza cuelga del techo al centro de la galería, en un lugar privilegiado para dialogar con los visitantes y la obra que la rodea.

Las pinturas abstractas de Julie Mehretu están entre las obras de arte más caras creadas por mujeres, y son poderosas explosiones de mundos alternos, que en este caso producen su estruendo solamente a través del color negro. Y ese mismo color es también la bandera de la obra de Kara Walker, quien ha dedicado gran parte de su carrera a explorar temas de raza, género y sexualidad través de sus ya icónicas siluetas negras que desfilan a lo largo de lienzos interminables, contando historias de peso.

Las decenas de retratos que Lynette Yiadom-Boakye ha creado a lo largo de su carrera son bellezas contestatarias a la falta de representación de los afrodescentientes en lo que la historia ha elegido reconocer y exhibir como obras de arte durante siglos. Al mismo tiempo, su trabajo dialoga con la historia de la pintura y las cualidades del óleo sobre el lienzo.

La pieza de Charles Gaines originalmente tiene seis partes, de las que aquí se exhiben solamente tres, y hace uso de materiales de archivo y del lenguaje en distintos códigos que el artista coloca uno sobre otro para generar capas de contenido y nuevas composiciones formales. En el fondo de cada una aparece impreso un discurso del activista Stokely Carmichael dio en los años sesenta, cuando surgió el concepto de Black Power como un grito de guerra a favor de los derechos civiles de los afroamericanos. El discurso cuestiona las absurdas motivaciones del racismo y el uso indiscriminado de armas en los Estados Unidos, además de hacer un llamado a la los jóvenes a convertirse en la inteligencia revolucionaria que luche por la igualdad. Encima de sus palabras, impreso en un plexiglass transparente, el artista imprimió el manuscrito original de la partitura de la ópera La vida breve de Manuel de Falla. “Para poder leer el texto tienes que negociar con la partitura y lo que espero que suceda es que quien mire la pieza comience a hacer conexiones que partan de la abstracción de los patrones musicales en combinación con las palabras y sus significados”, dice Gaines. “Si lees la palabra “pistola” puedes imaginar relaciones metafóricas entre ella y las notas musicales que complican su lectura, para ir más allá de lo pictórico y formar nuevos significados”.

Mirando sus piezas dialogar con las de sus colegas, Rodney McMillan tuvo momentos de introspección. “Han pasado varias décadas desde aquello que vivió Jimmy Baldwin y cuando recorro esta exhibición pienso en las muchas formas en que como artistas y seres humanos hemos tenido que negociar con la historias que hemos heredado, incluidas las historias del arte, y encontrar la forma hablar de ellas sin dejar de mirar hacia adelante”, dijo.

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