2 de noviembre 2016
Por: Patricia

Los 11,000 tonos de Azul de Prusia

Yisahi Judisman viste un suéter azul marino sobre una playera blanca. Nos incorporamos a la plática que ofrece en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo sobre su exposición Azul de Prusia, uno de los eventos más esperados del año para los seguidores de la pintura mexicana contemporánea.

Judisman nos explica que las piezas que ocupan las salas siete y ocho del museo tuvieron su origen en otra muestra; el artista mexicano visitó en el 2010 la retrospectiva que el museo de San Francisco realizó del artista belga Luc Tuymans. En la exhibición, Tuymans presentó pinturas relacionadas con el holocausto, sin embargo, los espacios no estaban representados de forma explícita, más bien, el visitante se daba cuenta de la referencia al mirar los títulos de las obras, como Gaskamer (Gas Chamber), 1986.

Con una voz tranquila, Judisman nos cuenta que como pintor y como judío tiene una postura contraria a Tuymans, ya que cree que el holocausto sí puede representarse de manera directa. Para hacer sus pinturas se basó en fotografías que considera huellas de lo sucedido: “la huella y la memoria están sumamente relacionadas. La memoria no es sólo lo que tenemos en la mente, es el reflejo de la huella y la huella está en el mundo real”, nos dice.

Para el artista no sólo es importante el documento o la historia. El material es un lenguaje en sí mismo que ayuda a construir la obra. La muestra se llama Azul de Prusia porque el pesticida que los nazis emplearon en las cámaras de gas, el Zyklon B, o ácido cianhídrico o prúsico, es un compuesto cercano químicamente al pigmento.

Por otro lado, el azul de prusia fue uno de los primeros colores desarrollados artificialmente, descubierto accidentalmente por el químico Heinrich Diesbach en Berlín en 1704, y fue incorporado en la pintura europea teniendo un valor similar al de la hoja de oro. El color entonces toma un doble significado: el del rastro que aún se observa en algunas instalaciones de campos de exterminio y el de su relación con la historia de la pintura. Historia y estética se tensan: el horror se convierte en imagen mediante el pigmento.

En el recorrido recomendamos poner atención a los tres tipos de pinturas que hay. La mayor parte de ellas están dedicadas a representar espacios en los campos de concentración. Otras están hechas con los trapos que Judisman utilizó mientras pintaba; estos cuadros, explica el artista, son documentos que dan cuenta de lo sucedido en el taller. Finalmente, hay cuatro grandes monocromos que entablan una relación con la pintura pura moderna, sin embargo, se distancian de la tradición del arte por el arte al contener materiales como tierra verde de bohemia y ramas de vid tostadas, que hacen referencia a lugares específicos.

El proyecto del MUAC empezó con un edificio diseñado por el arquitecto Teodoro González de León para integrarse al paisaje de la Reserva Ecológica del Pedregal y al resto del Centro Cultural Universitario. Fue concebido como una pieza de arte en sí mismo, planeado para que múltiples proyectos artísticos pudieran curarse y exhibirse con un mínimo de adaptaciones. El resultado fue el MUAC. Algo que separa a éste del resto de los museos de arte contemporáneo en México es su estrecha colaboración con la comunidad académica y estudiantil de la UNAM. Además de llevar a cabo trabajos de investigación en conjunto con profesores y estudiantes, y de organizar cursos y seminarios con posgrados como el de Historia del Arte, su cercanía con la máxima casa de estudios lo hace accesible a un público en su mayoría universitario y no necesariamente familiarizado con el tema.

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