A las afueras de Surat, una ciudad bulliciosa en la costa oeste de India, acaba de levantarse una fábrica que podría cambiar el curso de nuestra relación con el plástico. Desde fuera parece una planta industrial cualquiera, pero dentro ocurre algo que hasta hace poco parecía imposible: residuos que normalmente terminarían flotando en el océano o enterrados bajo tierra se transforman, molécula a molécula, en materiales vírgenes listos para fabricar productos nuevos.
Un hombre lanza un paquete de bolsas de plástico a un camión de reciclaje en las calles de Surat, India. El plástico se ha encontrado ya en todos los rincones del planeta. “Hay tanto plástico en la Tierra que ahora forma parte permanente del registro fósil”, dice Miranda Wang, ganadora del Rolex Award y cofundadora de Novoloop. ©Rolex/Greg White.
La idea de cerrar el ciclo del plástico pertenece a Miranda Wang, ganadora del Rolex Award y cofundadora de Novoloop, una empresa que ha pasado los últimos años obsesionada con un solo objetivo: demostrar que el reciclaje puede ser tan sofisticado y eficiente como la propia industria petroquímica.
Su planta piloto en India acaba de lograr lo que ningún otro sistema había conseguido: operar de forma continua, día y noche, convirtiendo toneladas de plástico post-consumo en materiales de la misma calidad que los derivados del petróleo. Un avance técnico, sí, pero también simbólico: prueba que el futuro circular de los materiales no es una utopía, sino un proceso en marcha.
Miranda Wang, cofundadora de Novoloop, sostiene las pequeñas esferas de poliuretano termoplástico (TPU) desarrolladas por la empresa. Sus materiales Lifecycled tienen hasta un 91% menos de huella de carbono que el TPU convencional. Para 2030, proyectan transformar hasta 175,000 toneladas de residuos plásticos. ©Rolex/Roman Meisenberg.
“Estas pequeñas plantas son el modelo de las fábricas del futuro”, dice Wang. “Ya no dependerán del petróleo, sino del desperdicio. Funcionarán solas, sin pausa, consumiendo lo que sobra del mundo para volver a darle forma.”
Su historia tiene algo casi cinematográfico: Miranda y su socia, Jeanny Yao, se conocieron en el club de reciclaje de su preparatoria en Canadá. Un viaje escolar a un centro de manejo de residuos las marcó para siempre: entre montañas de basura y promesas vacías de “reciclaje”, entendieron que el sistema estaba roto. Desde entonces han trabajado juntas para repararlo, enfrentando crisis económicas, pandemias y los altibajos de la ciencia aplicada.
En 2019, el reconocimiento de Rolex les dio el impulso necesario para escalar su tecnología. Hoy, su proceso no sólo recicla, sino que reduce hasta un 91% las emisiones de carbono respecto a los métodos convencionales. Los materiales resultantes ya se están utilizando en productos reales —como tenis deportivos hechos con poliuretano termoplástico (TPU)— y su meta es que, para 2030, puedan transformar 175 mil toneladas de desechos plásticos al año.

Las cofundadoras de Novoloop, Jeanny Yao (izquierda) y Miranda Wang, usan cascos y visores protectores mientras inspeccionan una muestra de monómeros. ©Rolex/Greg White.
En un mundo donde se producen 400 millones de toneladas de plástico al año y menos del 9% se recicla, el proyecto de Miranda Wang se siente como un rayo de esperanza técnica y emocional. Porque más allá de los datos, lo que impulsa su trabajo es algo íntimo: “Siempre he odiado la destrucción y el desperdicio”, dice. “Ahora que tengo un hijo, mi urgencia es aún mayor. Quiero que el futuro que le toque vivir sea distinto.”
Esa visión se alinea con la Perpetual Planet Initiative de Rolex, una iniciativa global que apoya a exploradores, científicos y emprendedores que están redefiniendo la relación del ser humano con el planeta. Desde los océanos hasta los laboratorios, la marca ha pasado de impulsar la exploración de nuevos territorios a proteger los que ya tenemos.
Miranda Wang, cofundadora de Novoloop, supervisa la planta piloto de la empresa en Surat, India. Esta instalación —la primera de su tipo— convierte plásticos de bajo valor en materiales de alta calidad, un paso decisivo hacia una economía circular del plástico. ©Rolex/Greg White.
La historia de Wang es, al final, una de fe: en la ciencia, en la colaboración y en la posibilidad de que lo roto puede repararse. En un siglo, imagina, todos los materiales serán circulares. Y si su planta en India es el primer paso hacia eso, el futuro podría, por fin, tener forma de esperanza.