Un día como hoy, pero de 1902, nació María Izquierdo en San Juan de los Lagos, Jalisco. Una artista que supo abrirse camino en medio del auge muralista, cuando la escena del arte mexicano estaba dominada por voces masculinas que intentaron eclipsarla. Sin embargo, su obra habló por sí misma: feminista, vibrante y auténtica. En 1929, se convirtió en la primera artista mexicana en tener una exposición individual en el extranjero, en el Arts Center de Nueva York. 

Debido a su gran talento, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde el pintor Germán Gedovius fue su tutor. En esa misma época, sostuvo una relación sentimental con Rufino Tamayo, que duró cuatro años, tiempo en el que ambos compartieron técnicas, conocimientos sobre el color y una afinidad temática que marcaría sus respectivas trayectorias.

María Izquierdo solía decir que “es un delito ser mujer y tener talento”, pero lo que ella no sabía es que su fortaleza y determinación dejaron un pertinente legado para las artistas mexicanas. Con su obra, hizo visible la opresión que las mujeres enfrentaban en el arte y reivindicó su lugar no solo como musas, sino como productoras de sentido.

De esta manera, la singularidad de su técnica hizo la distinguió de los muralistas mexicanos, al resaltar su amor por México y su pasión por el color. Para su época, esto fue un verdadero acto de resiliencia frente a la marginación que enfrentó por parte de sus colegas patriarcas. Hoy estamos aquí para honrar su huella en la historia del arte, así como su inconfundible uso de la textura pastosa en sus obras, que —a diferencia de quienes la criticaron– demostró su fidelidad a sí misma y a su estilo propio.

La honestidad de María Izquierdo en sus obras logró capturar los colores de México que tanto admiraba, retratando el alma mexicana, así como su propia relación sensible y afectiva con el mundo, expresada desde su feminidad. 

En 1955 falleció a causa de una embolia, pero su memoria permanece inscrita incluso en los astros, ya que la Unión Astronómica Internacional bautizó un cráter de Mercurio con su nombre, en homenaje eterno a una artista cuyo talento intimidó a quienes se sintieron amenazados por su brillo e ímpetu.