A Dr. Simi lo queríamos por muchas razones: por sus danzas improbables en las esquinas, por los peluches que vuelan como pequeñas ofrendas pop y por el alivio —muy real— de conseguir medicinas más baratas en un país donde ir al doctor puede descuadrar la quincena. Y, de pronto, Travis Barker —sí, el baterista de Blink-182 elevado a tótem de nuestra generación millennial— aparece en un video invitando a NUESTRO Simi a “subirse al coche” para llevar su marca de wellness a México, directo a las estanterías de Farmacias Similares. El video se ve cool, cinematográfico y perfectamente calculado. Pero también abre una pregunta incómoda: ¿gentrificaron al Dr. Simi?

El fenómeno Simi: del Corona Capital a la economía del peluche
La devoción masiva no nació ayer. El 21 de noviembre de 2021, en el Corona Capital, un fan le lanzó a Aurora un peluche del Simi; la cantante lo abrazó y el internet hizo lo suyo. Desde ahí, el muñeco se convirtió en tradición de concierto y meme nacional exportable. No es anécdota menor: es el punto de inflexión cultural donde un símbolo de farmacia de barrio se volvió souvenir sentimental y rito de fandom.
Detrás del muñeco hay una infraestructura social y productiva relevante: los peluches del Dr. Simi se fabrican en Puebla por CINIA, una empresa que emplea mayoritariamente a personas con discapacidad. Comprar un Simi, en teoría, sostiene ese ecosistema laboral. Ese dato importa cuando discutimos “apropiación” y “gentrificación”: no hablamos solo de imagen, sino de cadenas de trabajo y de valor.
Farmacias Similares: acceso, escala y la política de lo “similar”
Farmacias Similares nació en 1997 con la promesa de vender genéricos “lo mismo, pero más barato”. La literatura académica y periodística lleva dos décadas analizando su modelo: Cori Hayden lo denominó “la política de lo similar” y documentó cómo la cadena pudo ofrecer precios hasta 75% menores que los de marcas innovadoras al reducir intermediarios. Más allá del slogan, la escala es innegable: hoy se habla de más de 9,600 sucursales en México y la región.
Ese crecimiento no ocurrió en el vacío. México es un país donde gastamos mucho en salud, sistemas fragmentados y una percepción pública de insuficiencia. Estudios recientes (CIEP, prensa económica) describen aumentos del gasto directo de los hogares y brechas persistentes entre población asegurada y no asegurada. En ese paisaje, Similares se convirtió en un actor de acceso rápido donde encuentras un consultorio en la esquina de tu casa, genérico al momento, y cada vez más, maquinaria cultural.
A la par, la marca ha tejido programas sociales: “Colonias Simi” (proyectos socioambientales en zonas vulnerables; la quinta se anunció en 2024 en Zapopan), festivales y activaciones (Simifest), y hasta planes de expansión binacional. Todo eso robustece la figura del Simi como personaje nacional-popular con efectos tangibles en comunidades.
Entra Travis Barker con wellness vegano: marketing, deseo y poder blando
Barker Wellness es una línea de productos veganos: tattoo balms, aceites relajantes y cremas, con branding aspiracional y cierto cruce punk-zen que el músico ha pulido desde hace años. Llevar esos productos a las vitrinas de más de 9,600 Similares no solo abre mercado; encapsula la fantasía de importar bienestar gringo en formato accesible.
México es un país profundamente vulnerable a las modas del wellness. Con cifras críticas de obesidad, hipertensión y diabetes, la idea de “sentirse mejor” siempre encuentra terreno fértil. Y sí: seguimos consumiendo cultura estadounidense como si fuera brújula emocional. Si crecimos con Blink-182 curando corazones rotos, ahora de adultos el Simi nos ayuda a mantener el cuerpo funcionando.
Pero una cosa es eso, y otra muy distinta es ver al Simi convertido en plataforma de una marca gringa de bienestar.
El video del anuncio —auto clásico, guiño chicano, “vamos a México”— hace una coreografía de afinidad cultural: Barker se cuelga del cariño que el país le tiene al Simi; el Simi, a su vez, se cuelga del brillo global del wellness estadounidense. Pero el gesto estético plantea el tema de fondo: cuando un símbolo popular de acceso a la salud se enlaza con una marca de bienestar “de celebridad”, ¿estamos celebrando una colaboración o atestiguando una gentrificación simbólica?
¿Qué significa “gentrificar” a un ícono popular?
Es importante entender que la gentrificación no solo desplaza a habitantes de un barrio; también re-etiqueta prácticas y símbolos para audiencias de mayor poder adquisitivo. En cultura, ocurre cuando lo comunitario se reempaqueta con estética premium y narrativa aspiracional, desplazando su sentido original. Con el Simi, el riesgo es claro:
- De “acceso” a “aspiración”: el Simi nace de la necesidad: medicinas más baratas, consulta inmediata. Al mezclarlo con wellness de celebrity, el relato puede deslizarse del derecho a la salud hacia el consumo de “estilo de vida”.
- De “barrio” a “cool global”: el Simi funciona porque es barrio, porque es cercano. En manos del star system, puede convertirse en merch cosmopolita que opera bajo otras lógicas de precio, deseo y prestigio.
- De “economía solidaria” a “branding exportable”: recordemos CINIA y las cadenas de valor que sostienen al peluche; si la atención y el margen migran a productos satélite gringos, ¿qué se refuerza y qué se diluye?
Esto no significa que la alianza sea “mala por definición”. Significa que debemos preguntarnos quién gana cuando un ícono popular mexicano se vuelve plataforma de soft power estadounidense. Y ahí sí, la palabra imperio entra por la puerta grande.
USA, wellness e imperio en modo relaciones públicas
El wellness hecho en Estados Unidos es un ecosistema de marcas y celebridades que monetiza ansiedad y promesas de mejora personal. Vende bálsamos, pero también vende estatus. Cuando ese estatus se inserta en una cadena mexicana construida sobre la asequibilidad, emerge una asimetría: Barker gana “autenticidad latinoamericana” sin dejar de ser figura global, Similares gana tráfico y PR; Barker, distribución masiva y normalización local y por último, en un contexto estadounidense marcado (otra vez) por retóricas nativistas y políticas migratorias duras, el crossover luce funcional: consumir el ícono mexicano es cool; garantizar derechos a mexicanos ya no es parte de la conversación.
Me surgen entonces un par de preguntas: ¿quién fabrica, quién distribuye y quién captura el margen? ¿parte de las ganancias fortalece proyectos como Colonias Simi o empleos en CINIA? ¿los productos de wellness que llegan a Similares serán realmente accesibles al público que sostiene la cadena, o serán un corner aspiracional dentro de una farmacia popular?
Sin esas respuestas, la operación corre el riesgo de ser una estetización de lo popular: tomar el carisma del Simi para “blanquear” una marca gringa dentro del tejido afectivo mexicano.
El contexto mexicano: por qué duele (y por qué importa)
La discusión no ocurre en un vacío económico. México mantiene alto gasto de bolsillo en salud y desigualdades persistentes de financiamiento y cobertura. Este es el terreno donde Similares se volvió indispensable para millones. Situar allí una línea de bálsamos y aceites “para sentirte mejor” puede sonar lógico… y también paradójico: bienestar de celebridad en la repisa de quien compra por necesidad.
Habrá que ver entonces cómo evoluciona la cosa, si los precios son realmente populares y la comunicación es clara, sin un wellness talk vacío; si esto genera empleos aquí; si algo de las ventas van a las fundaciones de Simi y si las campañas son con creativos mexicanxs que honren el barrio popular y no sea una apropiación mal hecha como lo fue con 818 y Kendall Jenner.
Si creciste con Blink-182 y hoy compras en Similares, esta alianza te habla a dos corazones: el adolescente que soñaba en inglés y el adulto que hace cuentas en pesos. Ahí está la genialidad… y el peligro. Hacer del Simi un vehículo de deseo importado puede ser la jugada de marketing del año; también puede ser el inicio de su desclasamiento simbólico, el momento en que el personaje que nació para cuidar el bolsillo termina maquillado como merch de boutique.
¿Gentrificaron al Dr. Simi? Aún no del todo. Si el Simi —uno de los pocos personajes que conecta la ternura con la supervivencia cotidiana— termina convertido en merch de bienestar importado, sería una pérdida simbólica grande. No porque Barker no pueda vender aceites, sino porque lo popular en México siempre ha estado en riesgo de ser folklorizado para consumo externo mientras su propio contexto sigue desatendido.
Lo que está en juego no es un peluche: es quién se apropia de la narrativa y para qué.
En un país donde millones dependen de genéricos para sobrevivir, ver al Simi entrar al mundo del wellness de celebridad es un recordatorio incómodo: cuando el mercado internacional toca lo local, casi siempre gana el mercado.
La pregunta —la verdadera— es si esta vez podremos evitar que también pierda el significado.