Rufino Tamayo (1899-1991) solía decir que su sentimiento y su color eran mexicanos, al igual que sus formas, con la excepción de su concepto, que se nutría de lo que percibía y recibía del mundo. Se refería a sí mismo como un mexicano internacional, sin compromisos políticos con su origen. Tal vez por ello, en cada una de sus piezas hay tanto de sí mismo, en un gesto de dejar que la obra exista en su autenticidad. Este 26 de agosto celebramos su aniversario, fecha que el propio artista solía conmemorar, aunque oficialmente nació el 25 en Oaxaca de Juárez.
En sus obras abundan el color, la perspectiva y la textura, donde la teoría del color dialoga con las corrientes modernas y con la iconografía prehispánica, dando lugar a un lenguaje plástico que amplía las posibilidades matéricas de la pintura, en una estética que se oscila entre su herencia cultural y las vanguardias del siglo XX.
Tamayo abordó la relación del humano con la naturaleza y el espacio que lo rodea, mientras se dejaba fascinar por el cielo de Oaxaca, cuyos colores terrosos se sienten presentes en sus obras. Maravillado por los astros y temas míticos, plasmó cuerpos celestes como el sol y la luna, constelaciones y otros elementos del universo, invitando a contemplar nuestra existencia frente a la inmensidad y lo desconocido del cosmos.
Sus obras revelan una mirada afectiva e íntima sobre el mundo, resultado de su decisión de no alinearse con las ideologías políticas de sus contemporáneos, los “tres grandes”, y de situarse, en cambio, desde su propio emplazamiento. Uno se forma por lo que consume, y Tamayo absorbió de todas partes, motivado por su interés en la producción artística internacional. Ese panorama cultural le permitió explorar el color no solo como recurso pictórico, sino como un medio capaz de plasmar dudas existenciales y emociones viscerales que tocan la profunda sensibilidad del alma del artista oaxaqueño.

Rufino Tamayo buscaba acercar a su país al arte internacional; por ello, en 1981 inauguró el Museo Tamayo en la Ciudad de México, mostrando su colección de arte moderno, donada por él y su esposa, Olga Tamayo. Hoy, su legado sigue vivo y el museo mantiene su misión como laboratorio de ideas y propuestas artísticas que dialogan con el arte actual, tanto nacional como internacional. Mas allá de sus exposiciones, el espacio fomenta publicaciones, investiga su colección y archivo, y ofrece conciertos, conferencias y performances, consolidándose como un lugar donde el arte se vive y se piensa desde el cuerpo, el color, el espacio y las múltiples propuestas contemporáneas que transforman nuestra percepción del mundo.