película maldad

La Maldad ©Joshua Gil

21 de enero 2017
Por: Patricia

Vejez, divino tesoro

Dos ancianos son retratados en La Maldad bajo la mirada de su nieto, Joshua Gil, quien la estrenó en la Berlinale de 2015 y por fin llega a México.

En un artículo para The New York Times, el médico Dhruv Khullar escribe una frase que alguna vez le dijo un anciano refiriéndose a la vejez: “tu mundo acaba antes que tú”. Si bien tendemos a pensar que con los años nuestros sueños e ilusiones se esfuman, el cineasta Joshua Gil nos demuestra lo contrario en su ópera prima La Maldad.

Rafael y Raymundo, los dos ancianos protagonistas de esta historia, son compañeros de una vida que parece terminar pero no sin dejar tras de sí una dosis de dignidad. Rafael es un trabajador rural que se presenta como cantante y compositor obsesionado con un guión de cine que escribió sobre su propia historia amorosa, y el cual quiere llevar a la pantalla grande. El guión cuenta cómo cuando su mujer lo abandonó, él decidió ir en su búsqueda, pistola en mano, para matarla. Raymundo, sin embargo, se enfrenta a la muerte y a sus deseos suicidas con actitud cansada pero a su vez nerviosa.

Estas dos historias no dejan de provocar ternura durante toda la película. Sensación que se incrementa al descubrir que los personajes son los dos abuelos del director y sus historias son reales. La película, que roza lo documental por su temática, intensidad y lentitud orgánica, es un homenaje familiar insertado en la naturaleza y rodado en paisajes fascinantes de cuatro estados diferentes de México. Como bien dicen al respecto en The Hollywood Reporter: “la película funciona como una pieza de resistencia artística donde puedes sentarte, ver, escuchar y ser absorbido dentro de una soledad natural”.

La Maldad es un relato terrenal, tranquilo pero intenso, sobre nuestros mayores y su manera de enfrentar la actualidad. Aunque no se especifique al final si la maldad está dentro de los enojos de los protagonistas, su soledad, la violencia del país, la degradación de los años o nuestra propia consideración de los mayores (y está, desde luego, en todo lo anterior), Joshua Gil crea un precioso recordatorio de que nuestros ancianos no han dejado de sentir, ni de vivir, un solo segundo.

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