La presencia divina asociada con el agua ocupó un lugar privilegiado en los imaginarios mesoamericanos, como da cuenta un número casi inagotable de representaciones pictóricas y escultóricas de Tlaloc, Chaac, Cocijo o Dzahui, por mencionar solo a algunas deidades. Sin embargo, estas figuras no desaparecieron por completo: fueron re-invocadas en diferentes momentos del arte moderno mexicano como símbolo de continuidad cultural, para la conformación de identitarios nacionales e, incluso, como recursos visuales para dotar de nuevas interpretaciones simbólicas a los espacios públicos y urbanos del siglo XX.

Del templo al sistema hídrico: Tláloc en el Cárcamo de Chapultepec

Ubicado en el corazón de la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec, el Cárcamo de Dolores resguarda una de las obras más singulares de Diego Rivera. Realizada en el contexto de la modernización del sistema Lerma, esta intervención es probablemente la representación más célebre de Tláloc en el espacio público contemporáneo. A las afueras del edificio diseñado por Ricardo Rivas, Rivera erigió una escultura monumental en piedra y mosaico del dios de la lluvia, concebida como una fuente a gran escala.

Pensado originalmente como parte de un conjunto hidráulico funcional, el Tláloc de Rivera aparece completo al ascender por los taludes que rodean al edificio, cuya arquitectura se entrelaza con el mural subacuático El agua, origen de la vida sobre la tierra, pintado en el interior del cárcamo y destinado, en su concepción original, a permanecer sumergido. Rivera fue enfático en señalar que esta escultura debía observarse desde las alturas, como una figura que marcara simbólicamente la entrada a la Ciudad de México vista desde un avión.

Screenshot

La escultura presenta un cuerpo masculino con atributos propios del dios: las anteojeras y fauces formadas por dos serpientes entrelazadas. En su mano izquierda sostiene mazorcas de maíz, y en la derecha arroja cuatro semillas al suelo húmedo, en un gesto ritual de fertilidad. El tratamiento de las piedras de colores y los fragmentos vidriados —similar al mosaico del Estadio Olímpico Universitario— fue diseñado para producir un efecto que emulara a los montes circundantes cuando se recorre a pie.

Las llamas sofocadas: los dioses del antiguo Edificio de Bomberos Antes de que Chapultepec se convirtiera en escenario hidráulico de Rivera, otro Tláloc ya narraba una historia de agua en el corazón del Centro Histórico. Se trata del antiguo edificio del Cuerpo de Bomberos, hoy sede del Museo de Arte Popular, una obra emblemática del art déco mexicano realizada por Vicente Mendiola y Guillermo Zárraga en 1928. El proyecto arquitectónico incorporó planos geométricos en concreto, mosaicos de talavera y un elaborado programa escultórico que hacía legible el uso del edificio desde el espacio público.

Entre sus elementos más destacados se encuentra una serie de relieves realizados por el escultor Manuel Centurión, uno de los principales impulsores de la estética nacionalista en las décadas de 1920 y 1930. En la esquina de Revillagigedo e Independencia, Centurión talló las figuras de dos deidades complementarias: Huehuetéotl, el dios viejo del fuego, y Tláloc, señor del agua. Con un estilo rigurosamente geométrico, ambos relieves aluden a la labor de los bomberos: el fuego contenido por el agua. El primero se reconoce por su lengua extendida y un brasero encendido sobre la cabeza; el segundo, por su boca de la que brotan chorros de agua, flanqueada por olas estilizadas y caracoles marinos.

El Tláloc oculto de la Biblioteca Central

Aunque la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria es uno de los proyectos de arte público mayor documentados en la ciudad, éste aún esconde algunos secretos para quien visita el campus. Los más de cuatro mil metros cuadrados de mural -realizados con piedras de diferentes regiones del país, así como algunos fragmentos de vidrio- , aluden en sus cuatro caras a ciertas ideas de los imaginarios prehispánicos, desde las arquitecturas domésticas y los templos, personajes como los guerreros águila y jaguar y hasta el mito fundacional de Tenochtitlan.

La Biblioteca Central de Ciudad Universitaria es sin duda uno de los proyectos más documentados del arte público en México. Diseñada por Juan O’Gorman y recubierta por más de cuatro mil metros cuadrados de mural en piedra natural, ésta condensa una narrativa visual de la historia de México. Cada una de sus cuatro fachadas alude a distintos momentos históricos e incorpora visualidades prehispánicas, desde las arquitecturas domésticas y los templos, personajes como los guerreros águila y jaguar y hasta el mito fundacional de Tenochtitlan.

Aún con su escala monumental, los relieves escultóricos también diseñados por O’Gorman para los muros de roca del pedregal han recibido menor atención. Vistos desde la explanada principal -conocida por estudiantes como Las Islas-, Ehécatl, Quetzalcóatl y una mascarón con serpientes resguardan uno de los espacios mejor diseñados de la biblioteca, el jardín de lectura. Sin embargo, la fachada norte -más cercana al acceso principal a la Facultad de Filosofía y Letras- recibe un último relieve de menoresproporciones. Dedicado a Tláloc, éste es en realidad una fuente que en ocasiones arroja agua de su boca y manos sobre un espejo de agua, y el mural que lo enmarca está repleto de representaciones de fauna prehispánica acuática.