La esquina entre Havre y Hamburgo, en la colonia Juárez, es una de las intersecciones más bulliciosas por su cercanía con la Av. Insurgentes, el metrobús que corre sobre esa misma vía y la clásica mansión de la familia Diener. Sin embargo, este punto de Zona Rosa ya era concurrido desde hace más de 50 años, pues aquí se alojó el primer bar abiertamente homosexual de la CDMX. Hoy, el edificio que fue el Safari ya no existe, pero su historia pionera sigue resonando en el área que se ha vuelto indispensable para la comunidad disidente en la capital del país.
Retrocedamos 60 años a lo que alguna vez fue conocido como el Distrito Federal. En aquel entonces, cualquier otredad era señalada, acosada y castigada, sobre todo bajo la autoridad de Ernesto Uruchurtu, el “Regente de Hierro”, quien durante 14 años consecutivos fue jefe de gobierno de la ciudad. Es por esta razón que la sola existencia del Safari, en la década de los sesenta, supuso una auténtica insurrección entre la censura moralina que permeaba en cada aspecto de la sociedad.
Dado el clima de represión no se sabe exactamente cuándo se inauguró el Safari, salvo que fue en algún punto de inicios de los años sesenta en medio de la contracultura impulsada por el movimiento hippie y la revolución sexual. Se dice que el único motivo por el que el proyecto prosperó fue gracias a Fernando Romero, ex jefe de la Policía Judicial del D.F., dueño del inmueble de dos pisos y quien, supuestamente, pertenecía en secreto a la comunidad LGBTIQ.
Entre la clandestinidad y el paso del tiempo, el relato de lo que alguna vez se vivió en las mesas del Safari se reconstruye a través de anécdotas difusas, personajes anónimos y noches de desenfreno. La crónica más fehaciente viene del escritor hidalguense Gonzalo Martré quien en 1970 publicó Safari en la Zona Rosa, considerada como la primera obra con temática homosexual de circulación nacional, parteaguas para que la literatura gay evolucionara a lo que conocemos hoy en día. El libro se ha reeditado tres veces y en la última de ellas el autor eliminó los pseudónimos y finalmente anotó los nombres reales de sus entrevistadxs.
Contada en formato de novela, la trama sigue a Rosendo, un joven y atractivo mesero heterosexual y los lazos que estrechó con la clientela homosexual del Safari. De cómo vivieron juntos alegrías y tragedias. Una radiografía chilanga de la comunidad gay y sus cimientos en la hoy célebre Zona Rosa.
“El Safari era un lugar de tamaño mediano decorado con motivos africanos: pieles de tigre, panoplias supuestamente de África, lanzas entrecruzadas y, sobre todo, máscaras aborígenes; en el centro había un templete pequeño, ocupado por uno o dos grupos musicales”, diría Martré sobre el lugar que frecuentó durante más de un año para levantar todo el material que posteriormente convertiría en libro. También confesó que en aquel momento Zona Rosa no era como lo conocemos en la actualidad. Estaba pensado más bien como un reducto cosmopolita con algunas cafeterías, restaurantes y locales comerciales (como el Pasaje Jacarandas), pero nunca con motivos ocultos de libertinaje o resistencia social.
La vida del Safari fue fugaz -cerró sus puertas en 1966- pero las raíces que echó fueron suficientes para que los cuerpos disidentes encontraran un espacio seguro y lo reclamaran como propio. Martré incluso sugirió que en algún momento se intentó resucitar al Safari pero ahora en las calles de la Colonia Roma. La iniciativa fracasó y todo ese periplo puede conocerse en el libro ‘La sombras del Safari’ de Gilda Salinas.