Todos los capitalimos hemos pisado por lo menos una vez, sin embargo, pocos nos imaginamos que su historia comenzó en uno de los circos más famosos de la ciudad.

En esos tiempos en los que la ciudad todavía tenía bastante espacio para expandirse, los proyectos inmobiliarios eran ambiciosos y finos en detalles. A principios del siglo XX, un tal Edward Walter Orrin, heredero del Gran Circo Orrin, decidió asociarse con un par de empresarios para fundar lo que hoy conocemos como la Roma, una colonia pensada para exclusividad, pero también para homenajear a la tradición familiar de su fundador.

El Gran Circo Orrin

Para los inicios del siglo XX, el Gran Circo Orrin ya era una de las carpas más famosas del mundo. Sus fundadores, los ingleses James y Sarah Orrin recorrieron Europa durante la primera mitad del siglo XIX. No fue sino hasta 1845 cuando llegaron al continente americano ofreciendo funciones por Estados Unidos y varios países de Centro y Sudamérica como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Uruguay y Venezuela.

La familia Orrin llegó a México en 1872 para trabajar en el Teatro Hidalgo. Solo les bastaron 9 años para fundar el Circo Metropolitano en la Plaza del Seminario, hoy conocida como Plaza Manuel Gamio y situada al sur del Templo Mayor. Tras 10 años de ofrecer su espectáculo en ese lugar, los Orrin fundaron el Circo Teatro Orrín en la antigua Plaza Villamil, donde hoy se levanta (todavía) el famoso Teatro Blanquita.

Esta construcción fue la primera de la ciudad en tener una estructura de hierro y ostentar un característico estilo art nouveau. Además, entre sus actos estelares estaba el del payaso británico Richard Bell quien actuó ahí por 26 años y que se convirtió en uno de los artistas favoritos del mismísimo Porfirio Díaz.

La Roma y su origen circense 

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la fundación de la colonia Roma? En 1906 el nieto de James y Sarah Orrin, Walter, decidió cerrar el negocio familiar y utilizar las ganancias para convertirse en el principal accionista de la empresa Terrenos de la Calzada de Chapultepec S.A., misma que, en asociación con la compañía Condesa S.A., compró una fracción de las tierras que pertenecieron a la ex hacienda de la Condesa para fundar una de las colonias más modernas y exclusivas de la ciudad. 

Al igual que con el circo de los Orrin, el presidente Díaz estaba encantado con la colonia que Walter y sus socios, Pedro Lascuráin y Cassius Lamm, estaban construyendo. Debido a su inclinación hacia lo europeo, le parecía fascinante que en la capital del país hubiese un lugar que fácilmente pudiera compararse con las calles parisinas. 

Obviamente, los acabados de lujo y los detalles en art nouveau que todavía se vislumbran en algunas zonas de la Roma y la Condesa tienen una razón que va más allá de lo estético. En esos tiempos, para que las empresas inmobiliarias pudieran embellecer las colonias, el gobierno del entonces Distrito Federal devolvía el total de la inversión que las empresas pusieran en obras de mejoramiento urbano. Esto hizo que Orrin no escatimara en detalles para lo que más adelante se convertiría en un homenaje a la historia de su familia. 

La nomenclatura de la Roma

Para bautizar las calles de la nueva colonia, Walter propuso ponerles los nombres de algunas ciudades y países donde el circo de los Orrin había ofrecido funciones. Por otro lado, sobre el nombre de la colonia hay varias versiones; la más aceptada es que recibe el nombre de Roma por ocupar lo que alguna vez fueron los potreros de la Romita.

La otra versión, que hace más sentido con el origen circense de todo el proyecto, es que se llama así en alusión al circo romano, padre indiscutible de la tradición y la fortuna con la que el nieto de los Orrin nos regaló una de las zonas más emblemáticas de nuestra ciudad.