La normalidad es caminar por un camino pavimentado:
es cómodo, pero las flores no crecen ahí.

—Vincent van Gogh

 

Caminar es posiblemente uno de los actos más humanos que hay. Es también una manera de darle un ritmo tranquilo y constante a nuestros pensamientos: de domarlos, algo que vivir en las grandes ciudades, con todo y sus privilegios, es frecuentemente imposible. La vida en una metrópolis como la Ciudad de México, especialmente después del 19s, nos antoja acercarnos al mundo natural, caminar y descansar la vista.

“A las piedras que ruedan no se le hace musgo”, reza un antiguo proverbio latino, una invitación a fluir y a encontrar la sabiduría del desapego, el movimiento y el paseo, sobre todo como metáforas físicas de la transformación. Ya alguna vez Walter Benjamin, el filósofo alemán, nos habló de la figura del flâneur, ese personaje que recorre sin rumbo las calles de la ciudad sin rumbo, que hace “botánica del asfalto” abierto a sus posibilidades infinitas.

Afortunadamente, nuestra gran ciudad tiene una buena cantidad de áreas verdes, pequeños oasis cuyo olor, sonidos y aspecto son capaces de darnos un respiro del ajetreado ritmo que nos despierta todas las mañanas y nos acompaña hasta que se pone el sol. A continuación, seis de estos improbables espacios…

1. El Bosque de Chapultepec, el Cerro del Chapulín

espacios verdes

Foto: Bosque de Chapultepec

En medio del caos vial del centro, este refugio natural es casi inverosímil. Caminar por el Paseo de los Ahuehuetes (algunos sembrados, se dice, por el mismísimo Netzahualcóyotl, rey poeta de Texcoco) que corre al pie de este mítico cerro podría ser un regalo inesperado. Al otro lado del monte, luego de un paseo por sus caminos verdes, se encuentra el Baño del Emperador Moctezuma; desde ahí se ve con claridad el castillo donde una emperatriz enloqueció ante el fracaso de la orgullosa estirpe de los Habsburgo, en medio de una vegetación que se conserva, prácticamente, en estado silvestre.

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2. El Jardín Botánico de la UNAM

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Este jardín es una isla urbana que es capaz de llevarnos lejos (como por arte de magia) de la urbe y sus paisajes artificiales. Como si fuera un museo vivo, el Jardín Botánico exhibe más de 1,600 variedades de plantas –provenientes de los bosques, los desiertos y las selvas del país– y nos revela por qué México es considerado el hogar de una diversidad fuera de serie. Además de mantener colecciones de plantas vivas, el Jardín Botánico realiza actividades de difusión y educación ambiental, y tiene un área donde crecen, exclusivamente, plantas endémicas en peligro de extinción. Puedes ir y adoptar una de estas y llevártela a casa con la promesa de que la vas a cuidar bien.

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3. Parque Nacional Cerro de la Estrella

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Foto: Eunice Adorno

El origen mítico de esta isla verde, antes a la orilla y hoy prácticamente en el centro de la mancha urbana, fue la sede de la Ceremonia del Fuego Nuevo que los aztecas llevaban a cabo para renovar al cosmos, en su concepción temporal del eterno retorno. Habitado por fragantes eucaliptos, lleno de cuevas y terrazas panorámicas, el cerro está coronado por una pirámide restaurada desde la que se disfruta una de las mejores vistas periféricas del Valle de México.

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4. Ex-Convento del Desierto de los Leones

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Foto: Claudia Priani Saisó

Este vasto lugar, conocido originalmente por el nombre de Santo Desierto de Nuestra Señora del Carmen de los Montes de Santa Fe, es un deslumbrante convento diseñado por los Carmelitas Descalzos como lugar para llevar a cabo sus votos, es decir, como un lugar de retiro. El enorme complejo original incluía el claustro principal, una biblioteca, una gran cocina y su comedor, hospedería, lavandería, celdas, huerta, capillas, ermitas y caballerizas. El llamado Jardín de los Secretos es una joya arquitectónica donde se aprecia íntimamente la naturaleza que rodea el templo en un enjambre de veredas silvestres, caminos que aún conservan un sabor entre místico y melancólico.

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5. El Espacio Escultórico de la UNAM

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Foto: Diego Berruecos

Si hay algún lugar donde se “siente” lo telúrico del Eje Volcánico en que se enclava la Ciudad de México es este extravagante paseo que recorre, entre lava sólida y grietas, un camino magníficamente curado por la historia de la escultura mexicana contemporánea. Poblado de fauna y flora alucinante en estado natural, el Espacio Escultórico, que es reserva ecológica, proyecta los amplios espacios coronados por el volcán Xitle, el más reciente en hacer erupción sobre el gran Valle de Anáhuac.

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6. Los Viveros de Coyoacán

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Foto: Aníbal Barco

Rodeado de una blanca y ondulada pared, como si fuese una fortaleza, este precioso espacio es la creación de Miguel Ángel de Quevedo –un discreto héroe que casi nadie recuerda pero que fue responsable de plantar una buena cantidad de los árboles de la Ciudad de México a principios del siglo XX—. Sus avenidas de árboles de distintas especies, sus pasillos casi siempre despoblados y sus pequeños jardines cuadriculados son capaces de ofrecernos un viaje breve y renovador.

Los románticos ingleses, poetas errantes, también hablaron del acto de caminar y su poder, especialmente cuando éste se realiza en un entorno natural; Wordsworth, el padre de esta camada de artistas, solía hacer largas caminatas por el campo inglés y, mientras lo hacía, escribía sus poemas al ritmo de sus pasos: una prueba más de las propiedades creativas y sanadoras del contacto con la naturaleza.

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Foto: Eunice Adorno

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