24 de agosto 2017
Por: Patricia

Árboles Locales: higo benjamín (Ficus)

Árboles Locales es una sección dedicada a quienes llenan de oxígeno, color, aire fresco y alfombras nuestra ciudad. Hoy homenajeamos al Ficus.

FICUS BENJAMINA
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El laurel llorón o higo benjamín, mejor conocido simple y llanamente como ficus, ha invadido banquetas y camellones, casas y departamentos, así como oficinas y consultorios desde hace más de 20 años. La ficusmanía ochentera ha dejado de ser una moda pasajera y se ha enraizado en los usos y costumbres nacionales. Todos tienen o han tenido un ficus.

Así como en algunas tribus el paso de la niñez a la madurez se marca matando un león, en las tribus urbanas mexicanas, el tránsito de la juventud en familia a la adultez de vivir por cuenta propia se hace manifiesto con la compra del primer ficus de interior.

Pareciera que son especímenes pequeños, pero en estado libre, fuera del cautiverio citadino, pueden alcanzar las dimensiones de un árbol enorme. Tienen densas copas formadas por cascadas de ramas y hojas colgantes, que lloran o simplemente descansan, a través de las cuales nada puede verse y bajo las que sólo crece la sombra.

Las hojas son fuertes, lustrosas y perennes. No se caen periódicamente con el cambio de las estaciones, sino caprichosamente para manifestar, de una peculiar manera, inconformidad. Frente a ligeras modificaciones en su ambiente, como la temperatura, la intensidad de la luz que los baña o la humedad, se irritan y hojas perfectamente sanas se caen, autocastigándose como niñas berrinchudas que intentan chantajear a los jóvenes adultos, solos e inseguros, que las quieren y que no dejan de preguntarse: “¿Qué le pasará a mi ficus? ¿Lo habré ahogado?”.

El verde de las hojas abarca una amplia gama del espectro de onda correspondiente a ese color, desde oscuro hasta limón, multiplicado por dos, ya que tienen un tono diferente en el envés y en el haz. Por eso, si se ven de lejos, da la impresión de que se mira un lienzo puntillista de tamaño natural.

Del espesor de sus copas y de la creatividad del jardinero surgen figuras inanimadas, siguiendo una lógica bien escondida en las artísticas —o no tan artísticas— manos que lo podan. Gallinitas, pavorreales, mariposas y elefantes de proporciones varias, conviven en el mismo camellón con corazones, canastitas y, por qué no, pacmans que huyen despavoridos de fantasmas invisibles —tal vez como un recordatorio de los agravios a la moda cometidos por todos durante los ochenta.

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