Aunque pocas veces nos detenemos a admirarlos, los kioscos son el escenario de muchos de nuestros mejores recuerdos. No importa dónde estén ubicados, su presencia siempre evoca comunidad y algarabía. Sin importar la época, son testigos silenciosos del crecimiento de las colonias y sus habitantes.
Un poco de historia
No es casualidad que al ver una de estas estructuras nos invada, de una forma casi fantasmal, un sentimiento festivo. Desde su creación en el siglo XIX, los kioscos respondieron a la necesidad de crear comunidad y reunir a las personas a su alrededor; de ahí que su nombre completo sea kioscos de música o que algunas veces se refieran a ellos como templetes.
De acuerdo con la arquitecta Roberta Vasallo, la historia de los kioscos comenzó en 1848, cuando el gobierno francés autorizó la ejecución de música en lugares públicos y desde entonces su figura comenzó a expandirse por el mundo. Eso sí, guardando esas características principales que les otorga una resonancia única, perfecta para servir como altavoz a los artistas que ahí se reúnen.
El primer kiosco de México
El primero en llegar a México estuvo, obviamente, en el Zócalo y fue un regalo para la ciudad que el empresario Antonio Escandón encargó a la empresa francesa Méry Picard – Ingénieur Constructeur de París en 1878.
Hay quienes dicen que dicho kiosco se encuentra ahora en la plaza de Huejutla, Hidalgo y que llegó ahí después de que fuera desensamblado en 1914 tras la entrada de las tropas carrancistas a la Ciudad de México. Lo cierto es que, donde sea que haya terminado, este pionero del entretenimiento dominical puede estar seguro de que su legado continúa vivo en varias plazas, no solo de la ciudad, sino del país entero.
Algunos kioscos de la ciudad
En estos días en lo que todo parece ir muy deprisa, si hay algo que nos despierta ese sentimiento de estar “endomingados”, es la presencia de un kiosco. Aun cuando la mayoría de los que encontramos en la capital están cerrados por razones que todavía desconocemos, no hay fin de semana que no sean el epicentro de una concentración de personas que buscan pasar un buen rato.
El kiosco de la Alameda Central, por ejemplo, vive acompañado de personas que descansan en los poyos de piedra que lo rodean después de un paseo por el Centro o de haber hecho sus compras para surtir sus negocios. Al mismo tiempo, es testigo de las múltiples caídas que sufren los skaters que patinan veloces a su alrededor.
Obviamente, en su interior también se cocina la música y decimos que se cocina, porque allí se reúnen y ensayan los miembros de la Orquesta de Cuerdas Apólipe, un proyecto musical que además da clases gratuitas a niños y jóvenes.
Muy cerca de ahí, en la Plaza de Danzón de Balderas, hay un templete que cumple rigurosamente las funciones de un kiosco de música. A su alrededor, naturalmente y como el nombre de la plaza lo señala, se baila danzón por eso es común ver uno que otro pachuco bailando con maestría. Obvio, también hay lugar para los principiantes que asisten a las clases de baile que se imparten a su alrededor.
Un poco al norte, en Santa María la Ribera, el ambiente es similar. Siempre endomingado, pero esta vez la estampa cambia un poco y se asemeja más a lo que Chava Flores canta en “Vamos al parque Céfira”. Justo como en la canción, las personas aprovechan el esplendor del Kiosco Morisco para quieren relajarse, pasear con su familia, comer una botana y, claro, para una cita tranquila.
Una invitación a endomingarse
Está de más decir que los tiempos en los que la banda municipal quedaron ya muy lejos, pero eso no detiene el ánimo festivo de los vecinos quienes aún se reúnen para disfrutar el baile. Los domingos alrededor de los kioscos suenan a cumbia, mambo y un poco de rock, porque ahí se dan cita algunos sonideros y bandas que ofrecen su música a quien quiera escucharla y bailarla.
Sin importar la edad o que ni siquiera sean vecinos de la zona, todos son bienvenidos a disfrutar de la fiesta dominical que, muy a pesar de aquellos que han hecho hasta lo posible por desaparecerlos, tiene lo suficiente para cubrir todos los gustos. Después de todo, aunque la pandemia y el aislamiento quedaron atrás, seguimos resintiendo la ausencia de parques y plazas al aire libre en muchas zonas de la ciudad, por eso encontrar estos espacios siempre es una bendición.
Fotografías Diego Cera para Local.mx