En 2015 un par de empresarios Belgas intentaron abrir un museo dedicado al chocolate en la calle de Guatemala número 24, pero al comenzar con los preparativos la construcción del local paró de súbito. En el lugar donde se supone estarían los cimientos había una larga fila compuesta por más de 150 cráneos que componían tan sólo una parte del Huey Tzompantli, el altar donde se empalaban cabezas de guerreros sacrificados en Tenochtitlán.

El nuevo hallazgo en el Huey Tzompantli

Ahora, 5 años después de este descubrimiento, un grupo de investigadores del INAH lograron desenterrar el flanco este del monumento y completaron el descubrimiento de una de las dos torres de cráneos que acompañaban a las otras piezas todavía empalizadas.

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Hasta ahora, los arqueólogos del INAH han descubierto cerca de 119 cráneos (tres de ellos niños), que se suman a los 484 que han desentrañado desde hace 5 años desde el hallazgo del Tzompantli. Aunque el número de calaveras ya es bastante impresionante, los científicos saben que no están ni a la mitad del camino. En los registros de los cronistas que acompañaron a Cortés afirman que el altar constaba de unas 36 mil cabezas de personas provenientes de toda Mesoamérica y del propio imperio.

Estaban de un cabo a otro de estas vigas dos torres hechas de cal y de cabezas de muertos, sin otra alguna piedra, y los dientes hacia fuera, en lo que se puede parecer, y las vigas apartadas unas de otras poco menos de una vara de medir, y desde lo alto de ellas hasta abajo puestos cuan espesor cabían en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el dicho palo: y quien esto escribe y un Gonzalo de Umbría, contaron los palos que había, y multiplicando a cinco cabezas por cada palo de los que entre viga y viga estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas, sin las de las torres.

— Andrés de Tapia, militar y cronista Español

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La importancia del Huey Tzompantli

Aunque es cierto que muchas de las cabezas pertenecieron a guerreros capturados durante las guerras que los aztecas sostenían con otros pueblos de todo el continente, la presencia de cráneos femeninos y de niños revela que no fue un espacio tan “selectivo” como se pensaba. Más bien, la presencia de esta estructura era un modo de educar al pueblo para que todos fueran agradecidos con sus deidades.

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El Huey Tzompantli estaba dedicado Huitzilopochtli y era la forma en la que los mexicas alimentaban al sol para agradecer a los dioses que se sacrificaron para darle vida a los humanos. Según las crónicas del antropólogo jesuita José de Acosta, la estructura era tan grande e imponente que lo mismo causaba admiración que grima.

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Además de los cráneos empalados en grandes estacas que simulaban muros, Andrés de Tapia, acompañante de Cortés, reportó que existían dos torres de cráneos unidos con cal y tezontle. Es decir que utilizaron los cráneos más antiguos como ladrillos para seguir levantando el altar. El arqueólogo Raúl Barrera Rodríguez dice que, de hecho, fue gracias a las diferentes crónicas del siglo XVI que pudieron darse una idea del aspecto y la ubicación del Tzompantli.

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Lo cierto es que, aún si existiera una fotografía del Huey Tzompantli en todo su esplendor, no podríamos dejar de sorprendernos por un hallazgo como este. El sólo pensar que hay millares de cráneos descansando en los cimientos de la ciudad tiene su lado macabro, pero no deja de ser fascinante el hecho de que nuestras raíces siguen bien resguardadas allí abajo, aguardando a que las encontremos una por una.

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