Durante la década de los años veinte, la Ciudad de México vivía una transformación urbana sin precedentes. Se iluminaban las calles, los tranvías competían con automóviles y los nuevos edificios buscaban romper con la ornamentación del siglo anterior. Fue en ese contexto que Carlos Obregón Santacilia recibió el encargo de proyectar la sede del Departamento de Salubridad e Higiene —hoy Secretaría de Salud—. El joven arquitecto entendió que no se trataba solo de construir un espacio de trabajo, sino de dotar a la institución de un sentido moderno, monumental y humanizante.

El resultado, inaugurado en 1929, fue un edificio que combina valores estéticos y funcionales, convirtiéndose en uno de los ejemplos más tempranos del art déco en la capital. De volúmenes macizos y geometrizantes, realizado en acero y concreto, y recubierto casi en su totalidad con cantera de Xaltocan y recinto —salvo por los puentes revestidos con placas de cobre martelinado— , Obregón Santacilia recurrió a distintos artistas para comunicar de manera contundente el compromiso de la institución: garantizar el derecho a la salud en el México posrevolucionario.

Pintura y artes aplicadas: la salud y los elementos

Participando de las primeras experiencias muralistas y posiblemente la primera en un edificio moderno—, el arquitecto comisionó a Diego Rivera la ejecución de obras para el despacho principal del secretario, la sala de juntas y el vestíbulo de los laboratorios —además de albergar oficinas administrativas, el edificio funcionaba como centro de investigación científica-. Rivera representó la salud como figuras femeninas de tratamiento casi renacentista, pero también realizó dos paneles en los que grupos de manos dominan las bacterias causantes de enfermedades y, al mismo tiempo, cultivan los productos de la tierra. De forma inédita, el pintor también diseñó cuatro composiciones vitrales que representan los elementos, vinculados con formas modernas de trabajo: el fuego con una fundición de acero, el agua con una exploración de buzos, el aire con un viaje en avión y, finalmente, la tierra con mineros y campesinos cuya indumentaria los inscribe en el imaginario de la Revolución.

La escultura clave

Como en otros edificios institucionales, la escultura ocupó un lugar destacado en el proyecto de Obregón Santacilia. Jardines, escaleras y espacios principales de circulación albergan obras de Manuel Centurión, quien ya había trabajado en edificios como la sede de la Secretaría de Educación Pública. En este caso, el tratamiento fue decididamente ornamental: conjuntos de niños jugando con agua, representaciones animales y figuras mitológicas —destaca un espectacular hipocampo frente al vitral marino de Rivera—, así como las efigies de dos médicos relevantes en la historia de la medicina en México.

Aún con su presencia monolítica, la fachada principal recibió los conjuntos escultóricos más notables. Destacan los bajorrelieves de Hans Pilling, dedicados a temas de investigación médica y científica, y los mascarones con rostros de hombres y mujeres indígenas, obra de Centurión. Sobre el acceso principal, este último reinterpretó el Escudo Nacional para convertirlo —literal y simbólicamente— en la piedra clave del conjunto, velando por la salud de los mexicanos.

A casi cien años de su inauguración, y hoy rodeado de algunos de los proyectos más debatidos de la arquitectura contemporánea, el antiguo edificio del Departamento de Salubridad e Higiene mantiene su potencia formal y simbólica. Esta obra temprana de Obregón Santacilia anticipó las futuras relaciones entre la arquitectura moderna y las artes aplicadas, ensayando una visión de arte público y vida cotidiana que más tarde se volvería definitoria de la producción arquitectónica y artística mexicana.