6 de mayo 2025
Por: Diego Cera

Clavellina, otro de los muchos árboles coloridos de la ciudad

Entre las especies más peculiares y queridas de lo que llamamos nuestra botánica de banqueta hay una flor muy especial; sus flores son ese rosa, casi rojo, que rompe y sorprende entre el morado de las jacarandas o el magenta de las bugambilias que crecen por toda la ciudad. Aunque su nombre varía dependiendo de la región, nosotros preferimos llamarla clavellina, pues, al parecer, así la identifica la mayoría de las personas en este lado del país.

Sobre la clavellina

Su nombre científico es Pseudobombax ellipticum, una especie de la familia Malvaceae, a la que también pertenecen plantas como las malvas, el hibisco (que también vemos mucho en jardines y camellones de la ciudad) y el propio algodón. Toparnos con alguno de estos ejemplares no es nada complicado, pues se distribuyen desde Sinaloa hasta la península de Yucatán.

Una peculiaridad de las también llamadas escobillas es que son fanerógamas hermafroditas, es decir que sus flores contienen ambos órganos sexuales: estambres y pistilo lo que les permite reproducirse aun cuando no hay otros ejemplares cerca. Por si esto nos resulta poco maravilloso, solo basta con ver los pompones que crecen en la punta de las ramas para enamorarnos de este árbol.

Hay quienes lo confunden con el cepillo o cepillón rojo (Callistemon citrinus) cuyas flores rojas tienen un aspecto muy similar al de las clavellinas. Sin embargo, la apariencia de las flores del Pseudobombax ellipticum es más cercana a la de una brocha de barbero, que, de hecho, ese es otro de los nombres con los que se le conoce.

Para algunos coleccionistas de plantas y los aficionados al bonsái, esta es una de las más preciadas, pues su tronco a menudo se ensancha dándole un aspecto que puede ir desde un árbol miniatura o una criatura fantástica como las mandrágoras. Sin manipularse, los ejemplares de esta especie pueden llegar a crecer hasta 30 metros.

La importancia de la Clavellina

Eso sí, su encanto va más allá de lo puramente ornamental, pues sus partes tienen diferentes usos medicinales que se conocen mucho antes de la conquista. En el Códice De la Cruz-Badiano, por ejemplo, se menciona que se utiliza para la supuración. 

Francisco Hernández, protomédico del rey Felipe II, dice que las hojas de este árbol —conocido entonces como Xiloxochitl— eran adecuadas para tratar úlceras, mientras que la corteza de la raíz en polvo y con agua era usada para curar las encías, el dolor y flujo de los dientes. Además, la misma corteza y sus flores eran muy utilizadas como diurético. 

Por si fuera poco, en la cosmogonía mexica, el Xiloxochitl es uno de los cuatro árboles que dan origen al tiempo. Según el códice Fejervary–Mayer, uno de los mejores conservados del siglo XVI, a cada planta le correspondía un punto cardinal. De esta forma, en el oriente, que es el punto cardinal donde se origina el tiempo, aparece el Xiloxóchitl, al norte el Pochote espinoso; en el sur el cacao y finalmente el huizache situado en el poniente.

Todo esto nos hace querer mucho más a esta planta que cada año adorna nuestros paseos junto con las otras flores de nuestro muy querido herbario urbano.

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