Considerado como uno de los espacios naturales más emblemáticos de la Ciudad de México, el Bosque de Chapultepec resguarda una memoria histórica que se remonta a tiempos prehispánicos. Su nombre en náhuatl significa “cerro de chapulín”, un insecto que aún prolifera entre los árboles centenarios y que fue de importancia alimentaria, medioambiental y simbólica para los antiguos habitantes.
El Castillo de Chapultepec con Iztaccíhuatl de fondo, inicios del siglo XX. Autor desconocido.
El cerro del chapulín y la tradición prehispánica
La historia de Chapultepec como sitio sagrado antecede a la fundación de Tenochtitlan. Se sabe que fue un lugar para el retiro y el recreo, pero también un espacio ecológico determinante para la ciudad: aquí crecían árboles como El Sargento -el monumental ahuehuete que desafortunadamente fue declarado muerto en 1969- y brotaban manantiales como los célebres Baños de Moctezuma, que formaron parte de la historia hídrica de la capital, tan compleja en la actualidad.
Grupo de niños alrededor del ahuehuete “El Sargento”. Guillermo Kahlo. Tomado de: Facebook Museo de Sitio del Bosque de Chapultepec.
El glifo de Chapultepec aparece con claridad en el Códice Boturini, en el Códice Aubin o en la Tira de Tepechpan, entre muchos otros más. El topónimo está compuesto por un chapulín en la cima de un cerro, y en ocasiones un flujo de agua lo acompaña en la base. Esta imágen ha perdurado a través del tiempo, puede verse en los mosaicos de talavera del “Programa de Murales Conmemorativos”, en el ícono del metro diseñado por Lance Wymann y hasta en un vitral al interior del Museo Nacional de Historia, pero también en una serie de esculturas resguardadas en distintos espacios del bosque.
Glifo toponímico de Chapultepec en el Códice Boturini. Tomado de: Facebook Bosque de Chapultepec.
Señalética del metro Chapultepec, diseño de Lance Wymann. Tomado de: Facebook Lance Wymann.
Para encabezar esta breve lista, es fundamental señalar al chapulín del Museo Nacional de Antropología, descubierto hacia principios del siglo XIX y que actualmente se puede conocer junto a las piezas más destacadas de la Sala Mexica. Tallada de un bloque de cornalina -también conocida como carneolita por su peculiar color rojizo-, se estima que esta escultura fue realizada entre 1325 y 1521 y es una de las representaciones de la fauna mesoamericana más celebradas en el museo. Aunque este pequeño insecto no representa el glifo toponímico -en realidad se trata de un chapulín en estado de larva-, su hallazgo en una de las piscinas prehispánicas ubicadas al pié del cerro de Chapultepec sugiere que pudo haber sido una ofrenda.
Escultura mexica de chapulín. Tomado de: Facebook Bosque de Chapultepec.
Una presencia persistente en la modernidad
Durante el siglo XX, la Primera Sección del Bosque de Chapultepec fue escenario de distintos proyectos de arte público que buscaron conmemorar tanto gestas heroicas como el valor histórico y natural del sitio. Uno de los primeros fue la modificación al Alcázar realizada durante 1924 para ampliar la residencia presidencial y embellecer los jardines aledaños. De este momento son resultado las pérgolas que permiten disfrutar de la vista de la ciudad desde la cúspide del cerro, y también la construcción de la pequeña Fuente del Chapulín, realizada en bronce por el escultor Luis Albarrán.
De los espacios hídricos realizados hacia mediados del siglo, uno de los más representativos es la Fuente Monumental de Nezahualcóyotl, realizada por el escultor Luis Ortiz Monasterio para celebrar la vida del rey poeta, así como para recordar el sitio de la introducción del agua dulce a Tenochtitlán. Aunque se trata de un elemento menor en comparación a las efigies monumentales del “coyote que ayuna”, el escultor coronó la inscripción principal de la biografía del tlatoani con un relieve del glifo toponímico realizado con piedra bola de río, situado a un lado de los glifos alusivos a la Triple Alianza.
Glifo toponímico de Chapultepec de Luis Ortiz Monasterio. Fotografía del autor.
Finalmente, los chapulines reaparecieron con fuerza en el paisaje del bosque hacia la década de 1960, cuando el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez comisionó al escultor Federico Canessi la creación de una pieza moderna, aunque inspirada en el glifo prehispánico. Realizados en cantera y con cierto parecido a la escultura mexica, estás esculturas pueden encontrarse cerca del Museo Nacional de Antropología, el Museo de Arte Moderno y la antigua Fuente de Chapultepec, que formó parte del sistema hidráulico que alimentaba la ciudad virreinal hasta la Fuente de Salto del Agua.
Glifo toponímico de Chapultepec de Federico Canessi. Tomado de: Facebook Pedro Ramírez Vázquez Arquitectura y Diseño Funcional.
Estos pequeños insectos, que saltan entre códices, piedras, fuentes y museos, nos recuerdan que el pasado sigue presente en la ciudad, a veces en formas tan sutiles como un chapulín tallado en piedra que vigila, desde hace siglos, el cerro que le dio nombre.