Desastres tan contundentes como sismos e inundaciones paralizan por completo el frenético modus vivendi de los capitalinos, sin embargo; desde hace 100 años la CDMX convive con una amenaza potencialmente catastrófica pero imperceptible. Sucede ahora mismo, de manera incesante y, según investigaciones recientes, no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Estamos hablando de la amenaza que representa el hundimiento de la Ciudad de México que, actualmente, alcanza los 50 centímetros anuales.

Por supuesto, existen otras grandes metrópolis del mundo -como Bangkok o Shangai- que también se están hundiendo, pero ninguna a un ritmo tan acelerado como la CDMX. A este fenómeno se le conoce como subsidencia y, en el caso particular de nuestra capital, hay ciertos factores que lo exacerban: Primero, la ciudad está construida sobre lo que alguna vez fue un lago, secado y convertido en un inestable lecho de fango y arcilla. Segundo, en el lapso de un siglo la población creció de manera desproporcionada (de 500 mil a más de 9 millones de habitantes), acarreando problemas territoriales y de recursos. Tercero, 70% del agua que consume el Valle de México proviene de mantos acuíferos subterráneos que, tras décadas de sobreexplotación; están compactando el delicado subsuelo de arcilla.

Todo lo anterior provoca hundimientos diferenciados (es decir, que son distintos según la zona) que, a su vez, se traducen en problemáticas sociales, económicas y medioambientales graves para la CDMX y sus habitantes. Grietas, socavones, inundaciones, problemas operativos en transporte (Metro y Aeropuerto) y derrumbes de estructuras completas son algunos ejemplos pero, definitivamente; el hundimiento paulatino de monumentos históricos provoca el mayor impacto visual y, en consecuencia, una mayor concientización al respecto.

Palacio de Bellas Artes

Ícono por excelencia de la Ciudad de México, el majestuoso Palacio de Bellas Artes ha lidiado con el hundimiento desde su concepción. Comenzó a manifestarse en 1907 (tan sólo tres años después de arrancar su levantamiento) y, para 1921, ya se había enclavado casi 2 metros en el suelo.

Además de la peculiar arcilla (montmorillonita) sobre la que está construido, se cree que el pesado mármol que le adorna también juega un papel fundamental en su continuo desplazamiento. Para estabilizarlo se rellenó la parte oriente del edificio con más de 950 toneladas de cemento y cal.

Ángel de la Independencia

A 112 años de su inauguración, el Ángel de la Independencia luce 3 metros más alto que cuando Porfirio Díaz lo inauguró en 1910. Esto se debe a que el suelo que le rodea se ha hundido pero no así su columna, por lo que se han agregado escalones para poder acceder a ella.

Antes había que subir 9 peldaños, hoy es necesario subir 17 más. Dichas restauraciones se realizaron en 1986 tras los daños que sufrió durante la Copa del Mundo agregándole 3 metros más de escalinatas, característica que luce hasta la actualidad.

Catedral Metropolitana

La sede de la Arquidiócesis de México es de los casos más destacados de hundimiento a nivel global e, incluso, llegó a formar parte de la lista de los 100 sitios en mayor riesgo, según el Fondo Mundial de Monumentos (WMF). A la inestabilidad del suelo y la extracción descontrolada de agua se le sumó una problemática más, que fueron los vestigios de la antigua Tenochtitlán sobre los que está cimentada.

Esto provocó una sumersión desigual que, en su punto más crítico, alcanzó los 2.4 metros y una peligrosa inclinación ​​hacia el sur-poniente. Para nivelarla se perforaron pozos, extrajeron el equivalente a dos albercas olímpicas de arcilla y se inyectó cemento en el subsuelo para hacerlo menos deformable y endurecerlo.

Basílica de Guadalupe

La razón por la que hay dos grandes iglesias en el Conjunto del Tepeyac, dedicado a la Vírgen de Guadalupe; es por que la primera de ellas, que data de 1709, cedió al hundimiento natural de las laderas del cerro sobre las que está construida. Esta disparidad causó evidentes daños en su estructura (sobre todo en la parte frontal), inestabilidad, fracturas y un hundimiento de aproximadamente tres metros. En 1976 se inauguró la Nueva Basílica de Guadalupe y, a la par, comenzaron los trabajos de restauración en el antiguo templo. Permaneció más de 20 años cerrado y, tras la colocación de varios pilotes de control, abrió nuevamente sus puertas en el año 2000.

Las posibilidades para corregir el proceso de hundimiento en la CDMX son realmente escasas. Se proyecta que en 150 años la tierra alcanzará su compresión total, sumergiendo a la ciudad otros 30 metros. La captación de agua de lluvia para su aprovechamiento; la aplicación de ingeniería de punta y el reabastecimiento de mantos acuíferos podrían mitigar la problemática pero no revertirla ni detenerla totalmente. Es así que este gigante de barro llamado Ciudad de México continuará devorándose a sí mismo, reclamando hasta la última entraña del subsuelo.