En la forma curva habita una sensación de profundidad, una intimidad con aquello para lo que el cuerpo estuvo originalmente destinado: ser afectado por la naturaleza. En lo natural persiste un sentido de pertenencia que despierta una memoria afectiva, como si el entorno se ofreciera al cuerpo como una extensión de sí mismo, o bien, como una segunda capa de piel.
Desde esta perspectiva, el arquitecto mexicano Javier Senosiain desarrolló una arquitectura orgánica que parece emerger de un paisaje onírico, donde la forma responde a lo vivo y a lo sensorial. Su interés se centró en diseñar espacios inspirados en estructuras presentes en la naturaleza, como la del huevo, cuya curvatura protege la vida que lleva dentro gracias a su material rígido y de poco espesor. Incluso, basándose en las formas espirales que rigen el universo.
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En este sentido, el arquitecto Senosiain busca que el espacio adquiera movimiento en su forma, estableciendo una relación con la sensación de calidez que la curvatura ofrece al ser humano que lo habita. Resulta significativo que incluso el vientre materno posea una curvatura en su estructura, lo que hace que la experiencia espacial pueda resultar placentera, al evocar una nostalgia sensorial que el cuerpo percibió desde antes del nacimiento.
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La forma curva no se limita a una función estética; en un mundo saturado de cajas blancas y geometrías monocromáticas, el color y lo orgánico en los diseños de Senosiain posibilitan materializar espacios que parecieran pertenecer al terreno de lo imaginario. Sin embargo, estas formas no son ajenas al mundo terrenal: existen en la naturaleza, en la disposición de las constelaciones, en el modo en que las nubes se desplazan tras el soplar del viento, y en las tonalidades de las flores que contrastan con la luz del sol. Es decir, lo estático no puede definir la manera en la que habitamos un espacio, porque la vida está inmersa en la fluidez del movimiento.
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Uno de sus espacios más emblemáticos es el Nido de Quetzalcóat (2000)l, ubicado en Naucalpan, Estado de México. Esta obra reivindica la posibilidad de habitar un espacio inmerso en la naturaleza sin afectar el ecosistema. Desde la elección de materiales hasta la paleta de colores, el diseño evoca la figura de una serpiente cósmica que actúa como mediadora entre el cielo y la tierra, haciendo de este entorno una experiencia sensorial tan etérea como sobrecogedora.
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