El Metro de la Ciudad de México no solo es uno de los sistemas de transporte más grandes del mundo: también es un espacio de memoria arqueológica. Desde su construcción, a finales de los años sesenta, el subsuelo ha revelado estructuras arquitectónicas, objetos cotidianos e incluso restos de mamuts, que hoy conviven con las vías por donde se mueven diariamente cerca de 5 millones de personas. Pero además de este hallazgo involuntario de la historia, el Metro guarda una de las exposiciones de reproducciones más singulares y accesibles de la ciudad.

Rina Lazo y el otro mural de Bonampak

Posiblemente el caso más emblemático sea el de Bellas Artes, en la Línea 2, donde desde 1970 se exhibe el Mural de Bonampak, realizada por la artista guatemalteca Rina Lazo. La pintora pasó tres meses estudiando directamente las pinturas en Chiapas y dos años en la ejecución de una primera reproducción a escala real de esta obra para el templo construido en el jardín de la Sala Maya del Museo Nacional de Antropología, por lo que ésta versión también ofrece un traslado fiel de las escenas mayas a un espacio público que diariamente atraviesan miles de pasajeros.

Además de la obra de Lazo -cuyo mural Xibalbá, el inframundo de los mayas fue la primera obra de una mujer en ser instalada permanentemente en el Palacio de Bellas Artes-, la estación alberga esculturas que representan la diversidad de culturas mesoamericanas: una figura tolteca de Hidalgo, una lápida de la cultura Izapa de Chiapas, un Chac Mool de Tlaxcala y un atlante maya de Yucatán.

Panteones: la escultura funeraria en tránsito

El nombre de la estación Panteones recuerda su cercanía con tres importantes cementerios: el Español (1886), el Francés de San Joaquín (1942) y el Alemán (1917), cada uno con un estilo arquitectónico que habla de las comunidades que los fundaron. Sin embargo, lo más interesante ocurre bajo tierra.

En sus andenes se pueden ver reproducciones de esculturas prehispánicas relacionadas con la muerte, que ofrecen un recorrido simbólico por la cosmovisión mesoamericana sobre el tránsito al inframundo. Entre ellas, destacan la Lápida Tepetzintla, la Lápida Hueloncita y la célebre Coyolxauhqui, descubierta en 1978 por trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro mientras realizaban labores de cableado en el Centro Histórico.

Línea 7: gestos monumentales de escultura prehispánica

Inaugurada en 1983, la línea roja (7) del STCM conecta de poniente a oriente las alcaldías Azcapotzalco y Gustavo A. Madero. Como las anteriores, es una que también ha incorporado reproducciones en fibra de vidrio de esculturas aunque, dadas las dimensiones de sus estaciones, permiten presentarlas en escalas mucho más cercanas a las reales.

En Tezozómoc, los usuarios encuentran una réplica de la primera Cabeza Colosal olmeca conocida, apodada El Rey. Descubierta en 1946 en San Lorenzo Tenochtitlán, Veracruz, su escala monumental y rasgos faciales transmiten la fuerza simbólica de los gobernantes, quienes se representaban con tocados, orejeras y una gestualidad que revela tanto de poder como de longevidad.

En UAM-Azcapotzalco, una serie de réplicas de los Atlantes de Tula rinde homenaje a la tradición escultórica tolteca. Estas figuras colosales, con su postura rígida y armamento simbólico, evocan a los guerreros que sostenían los templos en la antigua Tollan-Xicocotitlan (actual Tula, Hidalgo). Al ser instalados en el Metro, trasladan un fragmento de la monumentalidad mesoamericana al día a día de la ciudad.

Finalmente, en Norte 45, las esculturas de Xiuhcóatl y Ocelotl, habitantes del Museo Nacional de Antropología, muestran la importancia que tuvo la fauna en la cosmovisión prehispánica. Estas figuras no sólo eran animales: eran entidades cargadas de significado, fundamentales en los mitos de creación y en la organización social de para los mexicas.

Aunque la infraestructura transformó de manera irreversible la traza y la memoria de la ciudad antigua, la incorporación de estas reproducciones permite a los usuarios encontrarse con fragmentos de la historia mesoamericana sin necesidad de ir a un museo. Entre andenes, vagones y escaleras persiste, aún, la posibilidad de un encuentro con la memoria desenterrada.