GUÍA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

Francisco Toledo: el arte como activismo y legado en México

El arte no ofrece certezas, pero sí la posibilidad de convertirse en otra forma de conocimiento, capaz de cuestionar las problemáticas existenciales cuya comprensión, desde otros saberes, resultaría limitada. El 5 de septiembre de 2010 falleció Francisco Toledo (1940-2019), el artista oaxaqueño que entendió esa potencia y convirtió su práctica artística en un medio para el activismo. Desde ese lugar, se denunció contra la privatización de espacios públicos en Oaxaca, defendió el maíz nativo del transgénico y recorrió las calles volando papalotes con los rostros pintados de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, permitiendo que el viento se convirtiera en testigo de su memoria.

Desde muy joven mostró talento para el dibujo, la pintura y la escultura, donde representaba animales como iguanas, monos, lagartos e insectos, desde su propia perspectiva mágica o fantástica. En su adolescencia estudió en la Escuela de Bellas Artes de Oaxaca, donde desarrolló una producción rica en colores y texturas que influyeron en su interés por la naturaleza de su región natal. A los 19 años ya había alcanzado reconocimiento internacional con exposiciones individuales en la Galería Antonio Souza y en el Forth Worth Center en Texas. 

Un momento relevante en su práctica se dio durante su estancia en París en 1960, donde su relación con las técnicas europeas amplió su horizonte formal y conceptual. Al regresar a Juchitán, fusionó esas influencias con las técnicas tradicionales mexicanas, dando forma a un lenguaje propio que reivindicaba su identidad oaxaqueña. De esa búsqueda fundó la Casa de Cultura “Lidxi Guendabiaani”, un espacio destinado a preservar y difundir el arte, la lengua y las costumbres del lugar.

Su compromiso trascendió la producción estética, pues en 2015 hizo posible que la cultura fuera accesible para todos al ceder al INBA su vasta colección del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, que reúne alrededor de 125 mil piezas de gráfica, libros y fonogramas, intercambiándola por un solo peso mexicano. Un gesto que reflejó su generosidad y su compromiso con un arte ético, destinado a servir al público y a consolidar el acceso al conocimiento y a la divulgación del arte en México.

Asimismo, defendió el patrimonio de Oaxaca al organizar en 2002 una tamaliza como protesta ante la construcción de un segundo McDonald’s en el centro histórico del estado, repartiendo tamales “de a de veras”, elaborados con ingredientes naturales. Su activismo político y social evidencia que el arte tiene el potencial de denunciar, de erigirse como un espacio de resistencia y de plantear nuevas formas de enfrentar las tensiones que atraviesan a la realidad del país. 

A seis años de su partida, su innegable legado persiste en la cultura mexicana, no solo por la relevancia de su práctica artística, sino también por su labor como promotor cultural, defensor de los derechos humanos y ambientales, así como por su impulso a la preservación y difusión de las lenguas indígenas.

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