Santiago Mora pinta, pero no como quien retrata: pinta como quien excava. Sus obras están hechas de memoria plástica y materia cotidiana. Bolsas, restos, residuos, imágenes rotas. Más que objetos, son señales de un presente que ya se siente antiguo y de un futuro que nunca llegó. Su mirada está atravesada por una sensibilidad arqueológica que no necesita del pasado remoto para encontrar ruinas: las encuentra en la calle, en las cosas que desechamos, en las promesas fallidas del progreso.
Formado en La Esmeralda y luego en Bruselas, Santiago no pinta para reproducir, sino para traducir lo que la realidad deja atrás. En sus piezas conviven la contemplación y la contradicción, lo banal y lo simbólico, lo plástico y lo político. En esta conversación, hablamos sobre arte como registro, objetos como archivo, la paradoja de buscar alivio en lo que nos daña, y la importancia —urgente— de aprender a mirar otra vez.
Si pudieras elegir un objeto que represente nuestra época en un futuro archivo arqueológico, ¿cuál sería y por qué?
Creo que sería la silla monobloc. Su naturaleza, historia y materialidad reflejan profundamente nuestra relación con la realidad. En un mundo globalizado e interconectado, la experiencia cotidiana puede parecer homogénea, aunque con ciertas variaciones según el contexto. Lo mismo ocurre con esta silla: es ubicua, pero en cada lugar adopta adaptaciones particulares al entorno. A pesar de ser un objeto de plástico, barato y no necesariamente bello, hemos construido una narrativa emocional en torno a este noble mueble.
Exploras la nostalgia y la promesa fallida del progreso. ¿Sientes que el arte tiene la capacidad de reparar esas promesas rotas o solo evidenciarlas?
El arte está en constante diálogo con su contexto y funciona como un dispositivo de registro de momentos. No creo que el arte genere cambios directos en la sociedad, pero sí propone ideas que, con el tiempo, pueden llegar a transformarla.
Tu trabajo navega entre la figuración y la abstracción matérica. ¿Cómo decides el punto exacto en el que una imagen deja de ser un objeto y se convierte en otra cosa?
Mi proceso es más una exploración que una decisión predeterminada. Los objetos con los que trabajo me remiten a ideas e historias con las que me vinculo de manera intuitiva. A medida que avanzo en la pieza, descubro cómo operan dentro de la composición y cómo se articulan con otros elementos. El deleite de trabajar con estos objetos cotidianos está en su recontextualización, en cómo al desplazarlos de su contexto original adquieren nuevas capas de significado y permiten lecturas abiertas.
Estudiaste en La Esmeralda y luego en Bruselas. Más allá de la técnica, ¿qué aprendizaje invisible o inesperado marcó tu forma de hacer arte en esos años?
Aprendí que el mundo esta lleno de experiencias bellas si estás abierto a contemplarlas entre todo el estímulo que vivimos a diario, en mirar al otro y entenderlo como parte de ti mismo.
¿Te consideras un cronista del presente o un arqueólogo del futuro?
Creo que soy ambos. No puedo vivir la vida de otra manera que no sea a través de un constante presente, mientras que el futuro, siempre mental y por lo tanto ficticio, es la poética con la que manifiesto mi expresión artística.
La pintura ha sido históricamente un medio de registro, pero también de distorsión. ¿Cómo decides qué parte de la realidad conservar y cuál transformar?
Creo que al interpretar la realidad, inevitablemente la distorsiono, ya que todo pasa a través de mi mirada. Procuro evitar la mimesis y, en su lugar, buscar la prospección. Al final, me gusta que mi trabajo plantee preguntas y momentos que podrían interpretarse como parte de la realidad, pero siempre dejando algo sin resolver, como un misterio.
La contemplación es un acto cada vez más raro en una era de consumo inmediato. ¿Cómo le enseñas a alguien a mirar de nuevo?
Fomentando espacios donde se generen estas experiencias estéticas, como una caminata por el bosque o frente a una pintura impresionante, como Los nenúfares de Monet o un paisaje de José María Velasco.
La modernidad nos prometió bienestar, pero nos dio crisis y ansiedad. Si tuvieras que crear una imagen que retrate esta paradoja, ¿cómo sería?
Haría una escena de alguien fumando para relajarse, me parece una paradoja muy interesante, hacerse daño para sentirse mejor.
En tus piezas, residuos y plásticos se convierten en símbolos. ¿Crees que en un mundo post-consumo esos elementos seguirían teniendo un valor narrativo?
Sí porque debido a su naturaleza inorgánica, permanecerán en el tiempo y serán la huella del antropoceno, los imperios que se creían invencibles, cuentan sus historias a través de sus ruinas.
Si pudieras conversar con un artista del pasado que también trabajara con la memoria y la obsolescencia, ¿a quién elegirías y qué le preguntarías?
Bob Rauschenberg, ¿El arte hecho con lo efímero puede convertirse en una forma de resistencia contra el olvido?