Pareciera que el destino condujo cada paso de Remedios Varo (1908-1963) hasta México, donde su obra alcanzó plenitud en forma y contenido. Nacida en España y marcada por el exilio, llegó a este país como refugiada política, encontrando allí un umbral hacia lo místico y lo desconocido. De este lugar, convirtió la pintura en un lenguaje onírico en el que cada símbolo y cada trazo abrían portales capaces de trascender lo real y revelar la profundidad de su psique.

En sus obras, la imaginación –como necesidad de poner en orden lo que habitaba en su inconsciente– dio lugar a una narración cargada de sensibilidad, donde personajes y escenarios se mueven en la búsqueda de un estado de conciencia superior. Un contacto con lo invisible, con aquello que no se ve pero se intuye, guiado por su relación con la ciencia y lo espiritual. Sus pinturas construyen un mundo simbólico que no se encuentra en el mapa, sino en el territorio de los sueños. Aunque la artista afirmara que “el mundo de los sueños y el mundo real son el mismo”, sus paisajes pueden parecer ajenos. No obstante, nos encontramos sobre un planeta que gira alrededor de un sol, en un vasto universo cuyo alcance desconocido vuelve cada instante igual de enigmático que sus escenarios oníricos.

Remedios Varo poseía una gran capacidad de observación, que le permitía apreciar la textura, los matices, las formas y los colores de los objetos inanimados. Esto se refleja en lo andrógino y lo no humano de la mayoría de sus personajes, siempre inmersos en actos de descubrimiento, creación o experimentación. Lo científico, lo artístico y lo alquímico conviven en escenarios fantásticos que atraviesan lo místico más que lo real. Y, pese a ello, la potencia de su obra logra hacer visibles los estados mentales más íntimos de su ser.

En 1956 presentó su primera exposición individual en la Ciudad de México, alcanzando un éxito inmediato entre críticos y coleccionistas de la esfera artística de la época. Junto a Leonora Carrington y Kati Horna, se le llegó a nombrar una de “las tres brujas del arte”. Tan surrealista como esotérica, buena parte de su inspiración provenía del ocultismo y la ciencia ficción, dando vida a criaturas mágicas, o tal vez a espíritus que habitaban composiciones arquitectónicas evocadoras de castillos españoles.

Fue en México donde su producción maduró y alcanzó gran reconocimiento como artista, y cuyo legado sigue vivo, tanto en el imaginario colectivo del país como en su patrimonio artístico.