Hay días en los que solo el arte me entiende. Días en los que hablar de lo que siento no alcanza. Necesito ir a verlo, a sentirlo, a que me abrace. Sentarme a llorar frente a una pintura. Dejar que una escultura respire por mí. Ver una video-instalación hasta que mi cabeza se vacíe. Porque hay algo profundamente terapéutico en ir solx a un museo cuando las emociones se desbordan.

Lo compararía con manejar de noche con la música a todo volumen —bueno, Spotify— o ir en bici mientras llueve y solo te enfocas en llegar a casa. Estás contigo, en movimiento, pero también dejando que algo externo te acompañe.

Y más allá de lo emocional, hay razones científicas que lo respaldan. Visitar un museo puede mejorar tu salud. En Canadá, por ejemplo, el Museo de Bellas Artes de Montreal firmó una alianza con la Asociación de Médicos Francófonos para que sus miembros puedan “recetar” visitas al museo con fines terapéuticos. ¿Por qué? Porque caminar entre salas es bueno para el cuerpo. Reduce el estrés, mejora la presión arterial, regula el azúcar en sangre. Y, sobre todo, estimula la liberación de endorfinas, dopamina y serotonina, las famosas hormonas de la felicidad.

Según un estudio del Journal of Epidemiology and Community Health, quienes visitan museos con regularidad son menos propensos a sufrir ansiedad o depresión. Esta práctica tiene nombre: Museoterapia. Y no es una moda, sino una disciplina basada en la psicología, la neurociencia y la historia del arte. Cada vez más expertos la recomiendan como complemento a la terapia tradicional.

Hay quienes van al museo a ver arte. Otros van a entender. A mí me gusta pensar que también se puede ir a sentir o a entenderse a uno mismo. A entrar en silencio, sin expectativas, sin meta. Solo a estar bajo un techo neutral, rodeadx de cosas que no te piden nada. En los museos no hay urgencia, ni resolución. Puedes caminar lento, sentarte en una banca, mirar una mancha sobre la pared blanca y dejar que algo del ruido se disuelva.

El museo, a veces, es eso: una cápsula templada entre el adentro y el afuera. Un lugar que no te exige nada. Y que, sin decir palabra, te cuida.

Para ir a refugiarse (en el arte y en ti):

Museo de Arte Carrillo Gil

Sus salas tienen algo íntimo, casi secreto. A veces vacías, siempre tranquilas. Puedes quedarte media hora frente a una pieza sin que nadie te moleste.

Av. Revolución 1608, San Ángel

Museo Experimental El Eco

Minimalista, raro y lleno de eco. Literal y emocional. Ideal para quedarse en una esquina escuchando tu propia respiración.

James Sullivan 43, San Rafael

Museo Kaluz

Poca gente lo conoce aún. Tiene luz natural, una arquitectura increíble y silencio. El tipo de lugar donde te puedes sentar a leer o simplemente existir y hasta llorar.

Av. Hidalgo 85, Centro Histórico de la Cdad. de México