En su residencia en Ciudad de México, la artista Anya Belyaevskaya creó una instalación inmersiva que no se contempla: se atraviesa. Hecha de paneles translúcidos, juegos de luz y reflexión, su obra no se interesa por las respuestas, sino por el movimiento. Cada paso es una posibilidad, cada ángulo una lectura, cada reflejo un espejo íntimo. Aquí, el cuerpo no solo observa: habita.
Su lenguaje visual parte de estructuras sin estructura—como rizomas, moho o microorganismos—y se expande en preguntas sobre la identidad, la fragmentación, el caos y la memoria. Lo que vemos es solo una parte: lo demás ocurre dentro.
Tu instalación en Koik no es algo que se observa desde fuera, sino algo en lo que entras. ¿Cómo surgió esa necesidad de invitar al espectador a moverse y elegir su propio punto de vista?
Creo un espacio que invita al espectador a reflexionar sobre sí mismo. La naturaleza inmersiva de la exposición permite elegir su propia perspectiva. Puedes caminar alrededor, mirar a través de los paneles desde distintos ángulos. Creo que esa experiencia llama la atención sobre nuestra propia fragmentación y fragilidad. Quiero ofrecer la oportunidad de considerar cuán complejas y llenas de contradicciones pueden ser nuestras estructuras internas.
Trabajas con paneles transparentes y refracción. ¿Qué te atrae de este fenómeno óptico y cómo lo relacionas con la identidad?
Veo los paneles transparentes y el juego de luz y refracción como una metáfora poderosa de una persona que vive a través de distintos lentes, donde las experiencias se superponen y se reflejan unas en otras. Imagino al ser humano como una estructura sin núcleo, compuesta de capas de memoria social y cultural. También exploro la conexión —el encuentro de los opuestos— y en el juego de reflejos siempre intento capturar ese momento en el que dos mundos se tocan.
“Veo a una persona como una microcivilización, con sus propias ruinas y pasados olvidados.”
¿Dirías que tu obra tiene una dimensión emocional o incluso espiritual? ¿Qué tipo de experiencia esperas despertar en quien atraviesa tus piezas?
Veo a cada persona como una microcivilización, con sus propias ruinas y pasados olvidados. Ese pasado se vuelve clave para comprendernos, a través de una reinterpretación. En la instalación, el espectador se convierte tanto en testigo como en participante de cómo una forma comienza a cristalizar a partir de elementos frágiles.
Hay algo bastante performático en la relación del cuerpo con tu obra. ¿Cómo piensas el cuerpo dentro del espacio artístico?
El cuerpo no es solo un observador, es un participante activo. El juego de luz y sombra añade otra capa de interacción, permitiendo al espectador ubicarse dentro del espacio y relacionarse con él. En ese sentido, la obra no está completa sin el movimiento físico del espectador. Una vez más, se trata del encuentro de dos mundos.
Durante tu residencia, ¿cómo ha influido Ciudad de México—con todo su caos, ritmo y estética—en tu proceso?
Muchísimo. La Ciudad de México, y México en general, ha impactado intensamente mi proceso. La tensión entre caos y ritmo, colapso y belleza, está viva aquí. Me energiza y me reta. Me ha hecho sentir más viva y me empujó a experimentar.
“Quizás el ser humano solo puede concebirse si se abraza su fragmentación.”
¿Crees que podemos ser seres verdaderamente coherentes, o la coherencia es solo una ilusión?
Exploro la naturaleza humana a través de la estructura y la fragmentación. Un fragmento puede apuntar a una cadena virtual compleja: una secuencia de creencias, memorias e ideas. En una sola astilla puede vislumbrarse la coherencia de todo un sistema, una referencia a su unidad trascendental. Tal vez el ser humano es una estructura complejamente ordenada que solo puede concebirse si se abraza su fragmentación.
¿Qué te interesa más en una obra: lo que dice, lo que provoca o lo que interrumpe?
Elegiría la interrupción como parte esencial de la renovación. Hace frágil un sistema de creencias —pero hay fuerza en esa fragilidad, porque es flexible. Se adapta. Y eso puede ser una ventaja en este mundo que cambia constantemente.
¿Qué referencias visuales o conceptuales informaron esta instalación? ¿Hubo artistas, teorías o materiales que te llevaron a este lenguaje?
Diría que el trabajo de Deleuze y Guattari me ha influido mucho, especialmente su concepto de rizoma, y también el de metamodernismo. El metamodernismo se trata del movimiento pendular entre polaridades, de buscar reconciliación entre opuestos. En mi obra quiero mostrar que no es necesario elegir: puedes ser ingenuo y serio, caótico y estructurado al mismo tiempo, sin contradicción. Visualmente me inspiran estructuras complejas que parecen caos total—como los mohos, los rizomas, los microorganismos. Estructuras sin estructura. Veo un paralelismo en la naturaleza fragmentada y cambiante del yo humano.
“No es necesario elegir: puedes ser ingenuo y serio, caótico y estructurado al mismo tiempo.”

En este momento de tu práctica, ¿qué estás buscando? ¿Qué te gustaría que pasara después de esta residencia?
Quiero conocer más la escena artística mexicana y ser parte de ella. Me gustaría expandir mi práctica y realizar un proyecto más grande y global. Ahora represento al ser humano a través de paisajes interiores, pero me gustaría conectar eso con el entorno externo. Especialmente aquí en México, eso se siente como un camino natural. Quiero explorar la idea de colocar paneles directamente en la naturaleza, de nuevo, sobre el encuentro de mundos.