Antes de que el orgullo apareciera en campañas, antes de los hashtags, antes de que todo fuera traducido en contenido, Jesús León ya estaba ahí. Cámara en mano, recorría la noche de la Ciudad de México registrando algo más íntimo que la fiesta: una forma de estar en el mundo.

Autodidacta, radicalmente sensible, Jesús construyó un archivo de más de 70,000 imágenes bajo el nombre de Domestic Fine Arts. En ellas hay cuerpos en trance, travestis en performance, miradas fugaces, rincones de la ciudad que ya no existen y personajes que brillaban antes de que nadie pensara en “engagement”. La escena queer de los 2000, tal como era: libre, dura, hermosa, precaria y ferozmente creativa.

Jesús no buscaba íconos. Buscaba verdad. Su fotografía no estetiza: simplemente atestigua. Captura esos segundos donde todo se alinea —la música, el gesto, la vulnerabilidad— y queda suspendido en la imagen. Son retratos de una comunidad que no esperaba ser mirada, pero que encontró en la noche un espacio para existir sin permiso.

Una exposición para no olvidar lo que fuimos

Ahora, una parte de ese archivo sale por primera vez a la luz en Pasarelas Secretas, una exposición curada por Guillermo Osorno que puede visitarse en Soho House Ciudad de México hasta el 27 de junio. No es una retrospectiva nostálgica ni un recuento de lo “cool” que era la escena underground. Es un acto de memoria.

Pasarelas Secretas recupera la fuerza de esas imágenes que nos dieron identidad cuando aún no había lenguaje compartido para nombrarnos. Desde la moda improvisada hasta el deseo sin filtros, esta muestra es también un mapa afectivo de lo que fue ser queer en una ciudad que —a veces— parecía hostil de día pero se abría por completo en la noche.

Jesús León no fotografió la fiesta: fotografió lo que queda después. Las ganas de pertenecer, la fragilidad, el humor, las grietas. Su archivo no busca validación: busca dejar constancia. Y en ese gesto hay más orgullo que en cualquier pancarta.