El dinero no suele ser tema de sobremesa. Tal vez por protocolo, tal vez por miedo o porque, a muchos, las finanzas nos parecen un idioma ajeno. Pero la otra noche en Casa Paladar, algo distinto pasó: Banamex y BlackRock lograron ponerlo sobre la mesa, entre platillos espectaculares de un menú hecho por el chef Alexis Ayala de Pargot y una conversación que no sonó a clase de economía, sino a charla entre amigos curiosos por entender cómo funciona el futuro.

El tema no fue cuánto invertir ni dónde, sino cómo decidir mejor. Cómo usar la tecnología —esa misma que organiza nuestra vida, que elige lo que vemos, que traduce en segundos y predice comportamientos— para también aprender a tomar decisiones financieras más inteligentes. No se trató de hablar de algoritmos, sino de descubrir que los datos pueden ser una brújula: una herramienta para reducir la incertidumbre y acercarnos a un tipo de estabilidad que no tiene que ser rígida, sino informada.

Banamex y BlacRock reunieron a sus clientes de la Banca Patrimonial, Privada y Empresarial para una cena que cruzó dos lenguajes: el del gusto y el de las decisiones. Porque hablar de inversión no tiene por qué sentirse distante; puede tener la misma naturalidad que hablar de viajes o de música, solo que nadie nos dice cómo hacerlo. En la mesa, la conversación se movió de lo rico que estuvo el pulpo que preparó Alexis a los datos, de la intuición a la tecnología aplicada, y de la idea de riesgo a la de confianza.

Lo interesante fue justo eso: entender que invertir no es un salto al vacío, sino una práctica que combina el instinto humano con el análisis. Que los procesos guiados por datos pueden servir para tomar mejores decisiones, pero que el toque final sigue siendo humano: el banquero, el analista o simplemente uno mismo, mirando la información con calma y perspectiva.

Y es que hablar de salud financiera no debería ser aburrido, confuso ni elitista. Al contrario, entender en qué gastamos, cómo ahorramos o dónde invertimos es una forma de autocuidado moderno. Un acto de responsabilidad con nuestro “yo” futuro. Así como cuidamos lo que comemos o el contenido que consumimos, también podemos cuidar la forma en que nos relacionamos con el dinero y cómo pensamos en nuestro futuro con él.

La cena, al final, funcionó como una metáfora: una mesa larga donde todos los puntos de vista importaban. Porque invertir —en dinero, en ideas o en tiempo— siempre es una forma de diálogo entre lo que sabemos y lo que imaginamos.
