Una olla se rompe sola, se pulveriza con su propio movimiento. Esa imagen —poética, inevitable, política— da forma al corazón de Náa’ Reza [Mano rota], la nueva exposición de Ana Hernández (Santo Domingo Tehuantepec, Oaxaca, 1991).

Aquí el barro, el maíz y el fuego no son materiales, son símbolos vivos: narran historias de migración, herencia, despojo y resistencia. Las piezas centrales son ollas de barro de dos bocas, comixcales tradicionales del Istmo de Tehuantepec. Removidas de su función cotidiana en la cocina, estas formas cerámicas adquieren una presencia ritual y conceptual: como dispositivos que resguardan la memoria y, al mismo tiempo, denuncian su posible pérdida.

En el video La promesa, la artista se sitúa dentro de un tótem de ollas que es cubierto lentamente por granos de maíz: un entierro simbólico en el que el cuerpo encuentra refugio en su alimento. En otra obra, una olla se desintegra lentamente hasta volverse polvo: Cayaca dee [se hace polvo], como recordatorio de que lo que la tierra da, la tierra también lo reclama.

El barro cocido —arte transmitido por generaciones— se mezcla con materiales orgánicos, fuego y pigmentos. En Familias, ese rastro de polvo se incorpora en una serie de serigrafías abstractas que aluden a las familias lingüísticas del país. La pieza monumental que da título a la muestra, Náa’ Reza, sostiene un fuego que arde como origen y como advertencia: cuando el calor se desborda, la acumulación deja de ser fértil.

La exposición entera es un gesto de reconexión: con los saberes ancestrales, con una tecnología no industrial sino vital, con una identidad que fluye entre lo territorial y lo migrante. Ana Hernández nos recuerda que el barro guarda historias, que la comida es política y que el fuego no solo destruye, también revela.

Náa’ Reza [Mano rota] está ya en exhibición. No solo se mira, se escucha y se siente con el cuerpo.

Laboratorio Arte Alameda
Calle Dr Mora 7, Centro